Fernando Mires - EL DIÁLOGO Y LA POLÍTICA.



Tesis preliminares:
- No hay una normativa general que indique el cuando y el como debe ser implementado un diálogo político.
- La viabilidad del éxito de un diálogo pasa, antes que nada, por la solidez interna de los frentes en conflicto.
- La aceptación de un diálogo debe contar con el apoyo de las grandes mayorías nacionales.
- En el caso venezolano, la gran mayoría de la nación está por el diálogo. Pero a su vez, ese diálogo solo adquiere sentido si es que el régimen acata el Revocatorio para el año 2016. Al parecer eso no ocurrirá gracias a la buena voluntad de la gente que merodea alrededor de Maduro. La opinión general es que las luchas democráticas, con o sin revocatorio, continuarán adquiriendo formas cada vez más agudas durante el año 2017.

Notas sobre la teoría del diálogo político.
Sin diálogo no hay política. El diálogo es uno de los dos pilares sobre los cuales reposa la política. El otro pilar es el antagonismo. El antagonismo es a su vez la condición del diálogo. Sin antagonismo el diálogo es una simple con-versación (hacer versos juntos). Sin diálogo el antagonismo es simple violencia física.
El diálogo, lo dice la palabra, es el logos (conocimiento) entre dos, es decir, cuando dos personas o partes se juntan para llegar a un conocimiento compartido. Por lo mismo el diálogo político es polémico. Su función principal no es disolver las contradicciones sino esclarecerlas.
En una democracia la institución del diálogo es el Parlamento (el lugar donde se habla). Los diálogos extra-parlamentarios casi no tienen lugar en una democracia. El diálogo parlamentario se expresa fundamentalmente en los debates los cuales, como en la polis griega, deben ser públicos. 
Sin embargo, los diálogos parlamentarios no se agotan en el debate. Por lo general están precedidos por sondeos y luego son continuados en comisiones que reúnen a las partes en conflicto en torno a objetivos comunes. Esos diálogos por lo general no son públicos. Tampoco lo son los diálogos informales. Los encuentros de pasillo, a veces casuales, suelen ser muy importantes.
Un colega universitario que ejerció durante un tiempo como parlamentario me contaba que en los urinarios del parlamento hay intercambios dialógicos que suelen ser decisivos en los debates públicos. Puedo imaginarlo. Con las manos ocupadas se piensa mejor. Creo que las damas son más estéticas: suelen dialogar mientras se arreglan el peinado frente a los espejos. Al menos así lo he visto en las películas.
En el marco de una democracia bien constituida no hay necesidad de llamar a diálogo porque la democracia es diálogo y ese diálogo es antes que nada, parlamentario. De este modo, cuando en un país alguien llama a diálogo, existiendo parlamento, la primera condición que debe ser puesta antes de comenzar un diálogo es la del restablecimiento del parlamento. 
Solamente cuando el diálogo en el parlamento es definitivamente imposible, o cuando se trata de emprender el diálogo con una fuerza extra-parlamentaria, deben ser abiertas otras vías de diálogo. En la historia latinoamericana tenemos ejemplos de lo uno y de lo otro. En el primer caso cabe mencionar el diálogo que fue intentado realizar en Chile entre la Democracia Cristiana y la Unidad Popular, poco antes del golpe de 1973, diálogo cuyo objetivo claro y preciso, aunque no público, era impedir un golpe de Estado. 
El segundo fue el diálogo finalizado en Agosto del 2016 llevado a cabo en La Habana entre el gobierno del presidente Manuel Santos y las FARC.

El diálogo inconcluso.
El diálogo chileno fue convocado por el Cardenal Raúl Silva Henríquez, situándose con valentía en contra de las posiciones golpistas anidadas en sectores del alto clero. Los principales interlocutores fueron Patricio Aylwin y Salvador Allende. Ambos representaban fuerzas divididas.
Aylwin a un partido cuya ala principal comandada por Eduardo Frei había capitulado frente a la opción golpista representada por el Partido Nacional en abierta colusión con sectores del ejército. No obstante, el ala anti- golpista, representada por políticos como Bernardo Leighton, Renán Fuentealba y Rodomiro Tomic, tenía un fuerte peso político.
Allende, a su vez, representaba a una coalición en la cual había también dos alas, una pragmática que agrupaba a comunistas, una parte de los socialistas y al propio Allende. Otra, supuestamente revolucionaria, conducida en gran parte desde Cuba, representada por el socialismo de Carlos Altamirano, el MAPU y por la dirección del MIR de Santiago.
Aylwin, miembro del ala freísta, exigió a Allende que las Fuerzas Armadas cubrieran la mayoría de los puestos ministeriales y que la UP renunciara a su programa. Algo imposible de ser aceptado por Allende.
No obstante, hasta las vísperas del golpe, el diálogo entre el allendismo y los sectores anti-golpistas de la DC seguía su curso. La alternativa que ambos buscaban era llamar a un plebiscito destinado a resolver políticamente los antagonismos. La alianza de los freístas y la extrema derecha con el ejército hizo imposible la alternativa plebiscitaria: la única que podía salvar a Chile de su tragedia. El golpe del 11 de Septiembre impidió la salida constitucional. El golpe de Pinochet, visto desde esa perspectiva, no fue solo en contra de la Unidad Popular sino, además, en contra de la posibilidad de un arreglo institucional entre la parte más responsable de la UP con la parte más responsable de la Democracia Cristiana.
Ironía de la historia fue que 17 años después fue reconstituida la Concertación sobre la base de las mismas fuerzas que intentaron dialogar durante Allende (con excepción de los comunistas). Recién en 1990 pudo continuar el diálogo inconcluso de 1973.
Todavía continúa.

El diálogo por la paz
Diferente fue el diálogo que tuvo lugar en la Habana entre el gobierno de Juan Manuel Santos y los dirigentes de las FARC .
En sus puntos principales el gobierno colombiano intentó imponer condiciones de paz a una fuerza antidemocrática y antipolítica pero militarmente derrotada.
La difícil tarea llevada a cabo por el presidente Santos ha sido la de asegurar una “capitulación honrosa” a las fuerzas guerrilleras con el objetivo de impedir la continuación de una guerra cuyas víctimas alcanzan cifras escalofriantes. Santos ha debido hacer muchas, quizás demasiadas concesiones. Lo importante –en ese sentido Santos pensaba como presidente– era lograr la paz.
Por lo demás, el diálogo había sido buscado mucho antes que él por otros presidentes. Estuvo a punto de lograrlo el conservador Belisario Betancur, hace más de treinta años, pero fue bloqueado por un conglomerado de narcotraficantes, latifundistas, para-militares, potentados y mafias. Estuvo a punto de lograrlo Andrés Pastrana pero fue boicoteado por las alas más radicales de las FARC. Hoy esa paz la ha conseguido Manuel Santos. Y, queramos o no, gracias a Álvaro Uribe.
Uribes-Santos, en perfecta comunión, entendieron que para derrotar políticamente a las FARC había primero que destruirlas militarmente. La mano más dura de Uribe fue la de su ministro de defensa, Santos. Atacó sin piedad a las FARC. Obligó a los guerrilleros a salir como ratas de sus madrigueras; en fin, los aniquiló.
Mala suerte para Uribe. El habría querido vivir los dos periodos. El de la guerra y el del diálogo de la paz. Pero la historia de Colombia quiso que no fuera así. A él, Uribe, le tocó presidir durante el periodo de la guerra. A Santos durante el periodo del diálogo de la paz. Entre ambos, sin embargo, hay mucha más continuidad que ruptura. Estoy seguro de que los historiadores colombianos dirán lo mismo en un futuro no muy lejano. Santos no habría sido posible sin Uribe. Uribe en cierto modo preparó el camino a Santos.
Si en el plebiscito corrobatorio que tendrá lugar el 02.10. 2016 triunfa el “SI”, las FARC volverán a la civilización. Los que saben leer y escribir intentarán colarse en los partidos de izquierda. Otros, los más vivos, se convertirán en policías o guardias de condominios privados. Mucho volverán al lugar al cual pertenecen: al hampa organizada. Pero lo importante ya ha sido conseguido. Los muertos serán menos que antes: gracias al diálogo.
Ese diálogo fue escuchado, con mucha más atención que en otros países, en la Venezuela de Nicolás Maduro.

El diálogo y el revocatorio.
A diferencias de Colombia, en Venezuela las fuerzas de la antipolítica no se encuentran ni en los montes ni en las sierras. Están enquistadas como representantes de una gran minoría en el propio gobierno. A la inversa, las fuerzas que representan a la Constitución y a las Leyes, y además, a las más amplias mayorías, se encuentran en la oposición. Ese fue el motivo por el cual Maduro, inmediatamente después de su estruendosa derrota del 6D, procedió a dinamitar el lugar del diálogo: la Asamblea Nacional. Esa fue, a su vez, la razón por la cual la oposición no tuvo más alternativa que levantar la alternativa revocatoria.
En este momento los frentes están claramente delineados. A un lado un gobierno cuya capacidad de sostenimiento reside en la aplicación sistemática de la fuerza bruta. Al otro lado una oposición mayoritaria que tiene a su favor la legalidad, la legitimidad y la mayoría nacional. Como se ha dicho en otra ocasión: en Venezuela están enfrentadas en estos momentos la razón de la fuerza en contra de la fuerza de la razón.
No sin cierta habilidad, después que Maduro -siguiendo el legado del presidente muerto- se hubiera negado sistemáticamente a cualquier tipo de diálogo, levantó, al verse políticamente acorralado, la posibilidad de un diálogo. Para el efecto se sirvió de los oficios de políticos internacionales afines al ideario chavista: el colombiano Ernesto Samper, el dominicano Leonel Fernández y el español José Luis Rodríguez Zapatero.
El diálogo ofrecido por Maduro a la MUD no era más que una coartada militarmente planificada. La intención era evidente. Ella se puede sintetizar en una fórmula: Diálogo en lugar de RR16. La respuesta de la MUD fue atinada: el RR16 está fuera de toda discusión. Si hay diálogo será sobre la base de la aceptación del RR16 .
La gran manifestación del 1S, llamada “toma de Caracas”, ilustró en forma gráfica como la ciudadanía venezolana de oposición apoyando el revocatorio podía convertirse en dueña de las calles de todas las ciudades. El pueblo organizado alrededor del RR16 demostró estar dispuesto a llevar esa lucha hacia adelante, incluso más allá del propio RR.
En el intertanto que va desde el 1S hasta el 16S tuvieron lugar, sin embargo, algunos encuentros entre representantes del gobierno y de la oposición. Según los dirigentes de la MUD se trataba de conversar en torno a las condiciones sobre las cuales podría tener lugar un diálogo. Pero al parecer el régimen no está dispuesto a ceder ni en un solo punto en su posición anticonstitucional destinada a impedir el RR. Así ha quedado claro después de sendas declaraciones de Cabello, Rodríguez, Jaua y el mismo Maduro.
Ese encuentro, está de más decirlo, provocó un profundo malestar entre la ciudadanía anti-chavista. La impresión general es que ese “pre-diálogo” (¡!) tuvo lugar a espaldas de las grandes mayorías opositoras.
Por cierto, la corriente dialoguista de la MUD aduce que en política los diálogos son inevitables, algunos deben ser secretos y nadie está en la obligación de dar cuenta de los temas discutidos a la publicidad. Formalmente tiene razón.
En condiciones normales los políticos actúan como delegados haciendo uso del derecho de representación otorgado por sus votantes. Pero -ese es el punto- las condiciones políticas durante el régimen de Maduro no son normales. El pueblo opositor, a diferencia de lo que sucede en los países  democráticos, no se encuentra en estado pasivo esperando los próximos comicios. El pueblo ha sido convocado, está actuando, está en las calles. Tiene por lo tanto el derecho a ser informado de los pasos que están dando los partidos en su nombre. 
Si el 1S la multitudes salieron a las calles, no fue a favor del diálogo sino del Revocatorio. Probablemente muchos están dispuestos a aceptar un diálogo. Pero todo diálogo, es la opinión mayoritaria, debe estar al servicio de las luchas por el RR. A la inversa, las luchas por el RR no pueden estar al servicio de un diálogo. Así resulta evidente que la MUD se verá obligada a abandonar prácticas que solo tienen validez en la política tradicional y dentro de un marco democrático. Ese marco no es el del gobierno de Maduro.
Cierto también es que la MUD no es un partido único sino un conglomerado heterogéneo de partidos con diferentes agendas y en donde –es lógico- no están ausentes las aspiraciones de ciertos políticos de profesión. Pero la unidad política, en los momentos que vive Venezuela, es existencialmente urgente. Si hay políticos que no se han dado cuenta de eso, han errado definitivamente su profesión.
La MUD es antes que nada una organización coordinadora de partidos, tendencias y posiciones. Por eso mismo, su tarea principal no es la de ejercer liderazgo sino mediación.
El liderazgo –decirlo es elemental- pertenece a los líderes. Ese liderazgo de líderes no puede ser ejercido, en las condiciones que vive Venezuela, en contra de, o sin, la MUD. Eso es obvio. Hacerlo sería un suicidio. Pero en algunos momentos el liderazgo debe avanzar más allá de la MUD. Ya hay un ejemplo: cuando la MUD estaba perdiendo un tiempo precioso discutiendo sobre cuatro alternativas, Capriles comenzó por su cuenta una campaña a favor del RR16. No en contra de la MUD, tampoco sin la MUD, pero más allá de la MUD. Eso es liderazgo.
Ya llegará, sin duda, el momento de los grandes diálogos. El que se vive y se vivirá el resto de 2016, y quizás más allá, es un momento de confrontación. Más aún: la lucha política no termina con el RR16. Con RR16 o sin RR16 continuará más adelante. ¿Hasta cuándo? Hasta cuando el régimen abandone el poder. Ese mismo poder que desde el punto de vista político (y no militar) ya no le pertenece.

Conclusiones:
La mención a lo casos chilenos, colombianos y venezolanos deja claro que la política no puede prescindir del diálogo. No obstante, no hay una normativa general que indique el cuando y el como debe ser puesto en forma un diálogo.
El hecho del diálogo está sujeto, irremediablemente, a determinadas correlaciones de fuerza. En el caso chileno vimos que la gran debilidad del diálogo emprendido entre la Democracia Cristiana y la Unidad Popular fue la del haber tenido lugar entre dos fuerzas políticas divididas. Esa fue la razón de su fracaso. La viabilidad del éxito de un diálogo pasa, antes que nada, por la solidez interna de los frentes en conflicto.
El caso colombiano demostró a su vez que cuando intervienen fuerzas no políticas en un diálogo, estas deben ser obligadas a politizarse. El referendo que tendrá lugar a favor o en contra de los resultados del diálogo emprendido con tanto coraje por Santos, sellará un largo proceso que si no lleva a la paz, estará muy cerca de ella. Pero si Santos no recibe el apoyo de la mayoría de su nación, todo su esfuerzo habrá sido en vano. La aceptación de un diálogo debe contar con el apoyo de las grandes mayorías nacionales.
En el caso venezolano, la gran mayoría de la nación está por el diálogo. Pero a su vez ese diálogo solo adquiere sentido si es que el régimen acata el Revocatorio para el año 2016. Al parecer eso no ocurrirá gracias a la buena voluntad de la gente que merodea alrededor de Maduro. La opinión general es que las luchas democráticas, con o sin revocatorio, continuarán adquiriendo formas más agudas durante el año 2017.
La lucha continúa.