Con
el estrecho triunfo obtenido por el Brexit sobre el Remain los partidarios de
la primera opción, después de la euforia tropical que de modo tan poco
británico expusieron al mundo, han logrado objetivos muy diferentes a los que
se propusieron.
Hasta
antes del Brexit, el Reino Unido aparecía como una unidad nacional
pluripartidista y multiopcional. Después del Brexit aparece dividido entre dos
conceptos de nación radicalmente irreconciliables. El triunfo del Brexit amenaza
convertirse en la antesala de la división interna de la unidad estatal.
Tanto
Escocia como los católicos del Ulster al elegir la integración en la EU votaron
también en contra de la hegemonía de Inglaterra sobre el RU. Escoceses y
católicos irlandeses no hicieron más que asumir los argumentos levantados por
los populistas del Brexit pero dirigidos esta vez en contra de la propia
Inglaterra. Un regalo inesperado recibido desde Londres.
Quienes
optaron por el Brexit no entendieron que la unidad del RU está estrechamente
ligada a la unidad de Europa. Tampoco que el RU puede ser más fuerte dentro y
no fuera de la EU. En nombre de un mal entendido patriotismo han perdido la
oportunidad de convertir a su nación en líder político de Europa del mismo modo
como Alemania llegó a ser su líder económico. En vez de orientar a Europa, como
lo hicieron en el pasado, han elegido huir de ella.
Dentro
de Europa las políticas anti-inglesas del RU eran secundarias. Separado
políticamente de la UE, esas políticas se convertirán en primarias. Lejos de
haber sido liberado de un imperio, como proclama el émulo británico de Donald
Trump, Boris Jonson, el RU se convertirá en un prisionero sometido al imperio
de sus propias contradicciones
Es preciso señalar, sin embargo, que no estamos asistiendo a la aparición
de un fenómeno puramente británico. Los ingleses hace tiempo que han dejado de
ser originales. El anti-europeísmo europeo, al igual que el británico, también
ha partido en dos la política de otras naciones. El caso más reciente ocurrió
en Austria en cuyas elecciones el candidato de la coalición pro- Europa, el
verde Van der Bellen y el ultranacionalista Hofer (FPO) repartieron la votación
en partes casi iguales. Austria se ha vuelto así ingobernable. En nombre de la
defensa del estado nacional, los anti-Europa están arruinando a los estados
nacionales. La razón es simple: ningún estado nacional puede funcionar sobre la
base de una nación partida en dos.
El
llamado “efecto dominó” que según los medios publicitarios seguirá al Brexit
precede objetivamente al Brexit. En ese sentido los del Brexit, aunque no lo
quieran, son muy europeos. Ellos, visto objetivamente, no llevarán al RU a una
separación con respecto a Europa sino a una plena integración con otra Europa.
Algunos dicen, con la vieja Europa. Es cierto pero quizás es peor: se trata de
una nueva-vieja Europa.
La
alternativa que representan los anti- EU es incluso, desde el punto de vista
ideológico, más homogénea que la europeísta. Tanto en el RU como en los demás
países europeos los euro-separatistas cultivan los mismos prejuicios, los
mismos miedos, los mismos odios, las mismas adhesiones internacionales. Sus
puntos de comunión son el rechazo al “imperio” de la EU, fortalecimiento del
estado nacional, y sobre todo, cierre de puertas a la ola migratoria que
proviene desde las guerras del Oriente Medio (de las cuales el RU junto a los
EE UU han sido actores decisivos).
Desde
esa perspectiva, tanto las iniciativas del Brexit como de otros movimientos
segregacionistas, no llevan objetivamente a una separación del contexto europeo
sino -reiteramos- a la formación de dos Europas. Se trata de un regreso al pasado
pero bajo nuevas formas.
Del mismo modo
como en el pasado reciente hubo dos Europas, una comunista y otra democrática,
hoy también asistimos al aparecimiento de una Europa dual. A un lado, una
Europa liberal, social, cosmopolita y democrática. Al otro, una Europa
reaccionaria, exclusiva, racista y autoritaria. E igual que durante los tiempos
de la Guerra Fría, la línea divisoria no solo será geográfica. Será, además,
política. Y como demostraron las elecciones del Brexit, cruzará a cada nación
de punta a cabo.
No
deja de producir cierta tristeza ver al país de los Tories y de los Whigs
transformado en el país de los Brexit y de los Remain. El empobrecimiento de la
política británica es notable. Tan notable como el otro conflicto
-absolutamente innecesario- provocado por el Brexit. Me refiero al de “los
viejos” contra los “jóvenes”. Mientras los primeros en su gran mayoría
eligieron el Brexit (es decir, no solo una vieja Europa sino una Europa de los
viejos) los segundos optaron tendencialmente por el Remain. Ese conflicto
generacional mostrado de modo muy gráfico en el referéndum, es también muy
europeo. Se da en todos los países del continente, sin excepción.
Los
viejos europeos, no solo los ingleses, tienen miedo. Pero los partidos
ultraderechistas, populistas y neo-fascistas no inventaron ese miedo. Solo lo
han politizado. Sin temor a equivocarnos podemos decir que el Brexit y otros
intentos para huir de Europa son el resultado de la politización de los miedos.
Frente
a esa situación lo que sobra en estos momentos son grandes explicaciones
teóricas. Un conocido sociólogo anuncia en la TV un libro titulado “La sociedad
del resentimiento”. Otro, “La revolución de los ancianos”. Los marxistas y
post-marxistas escribirán largos tratados acerca de la contradicción que se da
entre la globalización capitalista y los estados nacionales. Por supuesto, hay
que prepararse para ver las librerías atestadas con títulos como “El fin de
Europa”, “El renacimiento del estado nacional”, “La derrota de Angela Merkel” y
otros parecidos. Ha llegado la hora de las teorías que aclaran todo sin decir
nada.
Pocos
autores tomarán nota de una realidad que confiesan los propios electores. El
90% de ellos dice haber votado por el Brexit debido al miedo que sienten frente
a “las invasiones musulmanas”. Que esos miedos provengan de personas no
afectadas por las “invasiones” no cambia en nada la impresión general. Los electores
europeos, principalmente los ancianos, tienen miedo de ser invadidos por
extranjeros. Y sobre ese miedo trabajan los partidos xenófobos,
ultranacionalistas, ultraderechistas -¿y por qué no decirlo?- neo-fascistas.
Seamos
sinceros: El Brexit no fue un referéndum para retirar al RU de Europa. Pero sí
lo fue para retirar a sirios, afganos, iraquíes, y tantos más, de las ciudades
británicas. Todo el mundo sabe que si ese referéndum no hubiera tenido lugar en
medio del estallido de la crisis migratoria, habría sido ganado fácilmente por
el Remain. De ese miedo colectivo viven los partidos xenófobos emergentes. Las
próximas elecciones (plebiscitarias o no) que tengan lugar en los demás países
de Europa, estarán marcadas por el fuego xenófobo.
El
Brexit fue concebido por sus impulsores como parte de una cruzada continental
anti-islámica. Razón suficiente para valorar a quienes optaron por el Remain.
Cuando todo trabajaba en contra lograron mantener en alto las banderas de la
razón frente a una parte de la población en declarado estado de histeria
colectiva.
No
es el momento para indagar aquí sobre las causas de los miedos. Hay que aceptar
sí, que no siempre son infundados. Las migraciones que provienen de las
zonas de guerra en el Oriente Medio han sido las más multitudinarias que ha
conocido la Europa moderna. Momento propicio para que partidos democráticos
hubiesen hecho uso de sus mejores argumentos en defensa de esos refugiados que
vienen huyendo de guerras de las cuales ni Europa y mucho menos Gran Bretaña son
inocentes. Haber recalcado por ejemplo que esos refugiados huyen de
bombardeos ejecutados por enemigos radicales de Europa como son los comandos
terroristas del ISIS, la dictadura de Siria y, en cierta medida, la Rusia de
Putin, habría hecho entrar en razón a
no pocas personas. La política es más pedagógica de lo que se piensa. La gente,
cuando es explicada, entiende.
¿Cómo
explicaron en cambio los partidos democráticos la llegada de las multitudes
islámicas? Con argumentos humanitarios que no convencen a nadie o con el simple
silencio. Así, la campaña en contra del Brexit fue centrada por ellos en temas
económicos y tecnocráticos. Desde la EU, esos dos monumentos de la burocracia
internacional, Jean-Claude Juncker y
Martin Schulz, no se cansaron de repetir como autómatas las ventajas
financieras que derivan de la pertenencia de Gran Bretaña a la UE. Como si eso
bastara para que los miedos de una ciudadanía aterrada fuesen paliados.
En
otras palabras, los burocratizados partidos de centro: liberales, socialdemócratas
y social cristianos, han practicado con asombrosa rigurosidad la política del
avestruz. En lugar de enfrentar a los indudables problemas que plantea el
fenómeno migratorio, han hundido la cabeza en cifras que a la mayoría de la
población europea no dicen nada. Con ello han regalado el tema de las
migraciones a los partidos xenófobos.
Ha
llegado así la hora de los grandes demagogos. Los líderes de los “partidos
emergentes” son en su mayoría personas sin antecedentes políticos. Algunos
provienen del mundo empresarial. Otros, del periodismo, de la farándula e
incluso de la comedia. Se trata, en general, de personajes histriónicos,
imprevisibles, anárquicos. La tónica común es la prédica de odio en contra de
los políticos y la política. Todos prometen el regreso a las raíces nacionales,
a paisajes idílicos de la política que por supuesto nunca existieron, y como si
estuvieran de acuerdo unos con otros, profesan admiración a la política y a la
persona de Vladimir Putin.
El
autócrata ruso debe haberse sentido muy feliz con los resultados arrojados por
el Brexit. Como su predecesor, Stalin, sabrá servirse de una Europa
fragmentada, cerrará contratos bilaterales con gobiernos que apoyen su política
y sentará presencia en la política europea. Paso a paso, como ha sido siempre
su imperturbable línea.
No
tan lejos, el neo-dictador de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, se apresta a
reconstruir el esquema básico del imperio otomano pero dejando de lado la
tentación europeísta y laicista. Luego, a liquidar para siempre la resistencia
kurda y finalmente convertir a su país en el centro hegemónico del mundo
sunita. Y todo eso sin estar sometido a ningún acuerdo internacional ni recibir
sanciones de una Europa moribunda.
Incluso
en Pekín, la dictadura capitalista-comunista que rige los destinos del grande
país, no lamentará que con la caída de la UE caigan también las barreras
proteccionistas que desde allí fueron erigidas.
En nombre de la
independencia con respecto a una UE a la cual nunca han estado sometidas, las
naciones que logren escindirse de la comunidad política abrirán el camino a los
enemigos externos de la democracia. Esa es precisamente la distopía a evitar.
Esas son las razones por las cuales todos los demócratas del continente deberán
unirse en un solo frente e impedir el avance neo-fascista disfrazado de
independentismo. Cada elección, aún la más insignificante, será después del
Brexit una batalla decisiva para el destino de Europa. Y no solo de Europa.
En
Maastrich 1993, luego en Ámsterdam 1999, pareció cristalizar el ideal de los
padres fundadores de la Nueva Europa (Adenauer, Churchill, de Gasperi, Monet,
entre varios). Después de dos guerras mundiales y de una guerra fría que nunca
fue fría, las condiciones parecieron abrirse para el nacimiento de una
unidad geográfica, económica, cultural
y política de grandes y nuevas dimensiones. Conflictos que antes eran dirimidos
en los campos de batalla comenzaron a ser resueltos en mesas de negociaciones.
Las naciones más débiles de Europa fueron protegidas a cambio del cumplimiento
de deberes destinados a ser medidos en plazos medianos. Así, la Unión llegó a
contar con 28 miembros.
Hoy
la UE es una unidad heterogénea que funciona en los ámbitos financieros y
comerciales, mas no así en los políticos. Al interior de la enmarañada
burocracia tejida en los corredores de Bruselas y Ginebra han ido escalando posiciones
personas muy eficientes en sus profesiones pero carentes del menor
sentido político. En ese ambiente poblado de papeles y cifras, fue naciendo la
quimera de una Europa sin enemigos.
La incapacidad de diversos políticos europeos para reconocer a los enemigos
internos y externos de Europa ha pavimentado el camino del Brexit. Nuevos
desastres asoman en el horizonte. La mayoría de los expertos afirman que para
evitarlos la UE deberá ser sometida a un proceso de radical reformulación. Pero
se cuidan muy bien de señalar los puntos a ser modificados. Nadie se atreve a
decir una gran verdad: que nunca la UE podrá ser mejor que la política que
prima en la mayoría de sus estados nacionales.
No
en la UE sino al interior de cada una de sus naciones deberá tener lugar la
reformulación política de Europa.