Lo que estaba
sucediendo a fines de Abril con la reticencia pertinaz del CNE para entregar
las planillas solicitadas por la oposición y así llevar a cabo la realización del
revocatorio se parecía como una gota de agua a otra a la situación previa al
6-D cuando, con igual reticencia, Maduro se negaba a fijar fecha para las
elecciones parlamentarias.
Razones de sobra
tiene el gobierno para no desear medirse electoralmente. Cada elección que
tenga lugar en Venezuela, a partir del 6-D, llevará estampada consigo la
crónica de una derrota anunciada.
Nacido
electoralmente, sustentado en elecciones, siempre plebiscitario, confiado en
las grandes mayorías que obtenía el gobierno Chávez, fue constituyéndose en
Venezuela una muy peculiar formación política en la cual se combinaba un
radical electoralismo con estructuras autoritarias e incluso dictatoriales de
poder. Hoy, en cambio, el gobierno ha perdido su carácter electoralista.
No solo pierde y
perderá el gobierno las elecciones que tengan lugar de aquí en adelante sino,
además, hará todo lo posible para que ellas no tengan lugar. Se quiera o no, el
gobierno ya ha perdido su legitimidad electoral. El problema es que tampoco
tiene otra.
El Viernes 28-4
pareció ser un día decisivo en la historia del gobierno de Maduro. O entregaba
las planillas o desataba una enorme movilización popular en su contra. Un
mínimo de cálculo permitía augurar que si lo último sucedía, en un marco
determinado por un gran desastre económico, en un país con crisis alimentaria,
atravesado por colas de seres hambrientos dispuestos a enfurecerse a la menor
indicación, habría encontrado a Maduro muy mal parado, incluso frente a su
propia gente. Quizás Maduro, al entregar las planillas, solo postergó el
momento de su inminente retiro. Eso lo sabremos después.
Pero no solo la
lucha por la entrega de las planillas se parecía a la lucha por la fecha de las
elecciones del 6-D. En sentido estricto, los acontecimientos de Abril y Mayo
del 2016 y los que llevaron al 6-D están vinculados entre sí hasta el punto de
que puede afirmarse que entre ellos hay una relación de estrecha continuidad.
Sin el gran triunfo
del 6-D nunca habría aparecido la posibilidad revocatoria. Aún más: la
necesidad imperiosa de avanzar hacia el revocatorio obedecía a una opción
existencial para la oposición, si es que no aceptaba que le fuera arrancado de
las manos el triunfo del 6-D.
Maduro ha venido
llevando a cabo un sistemático proceso de inhabilitación de la AN. Habiendo
convertido al TSJ en cerco leguleyo destinado a dejar sin efecto todas las
resoluciones parlamentarias, había (Viernes 22 de Abril) decretado la
imposibilidad de la AN para legislar al someter cada resolución parlamentaria al
veto ejecutivo. Un golpe mortal a la AN. El llamado al revocatorio, desde esa
perspectiva, deberá ser considerado como una operación de rescate de la AN
destinada a devolver a ella el principio de representación constitucional que
emana de la soberanía popular. Es por eso que afirmamos: sin el 6-D el impulso
revocatorio habría sido imposible. En ambos casos los demócratas venezolanos se
han movilizado en aras de la vía electoral.
El referéndum, por
definición, es una opción electoral, tanto o más que una elección
parlamentaria. Así se prueba una vez más lo absurda que era la alternativa
calle o elecciones.
La calle en defensa
de las elecciones ha sido la vía tomada por la oposición venezolana. Así
continúa el largo, pero cada vez más efectivo camino electoral, pacífico y
constitucional, emprendido desde 2007. Unidad que nuevamente se vuelve a
mostrar hoy, pero en magnitudes muy superiores.
Ha sido también
demostrado que la opción revocatoria para terminar con el régimen es la más
decisiva. Tal vez otras alternativas eran más expeditas desde el punto de vista
burocrático. El problema es que prescindían de participación popular y esa solo
la garantiza un referéndum. Así, Maduro no será revocado mediante un expediente
notarial, sino como consecuencia de una formidable y unitaria movilización
popular desatada por el revocatorio.
Ya el solo hecho de
firmar significa hacer público un nombre, la inscripción del yo privado en una
decisión colectiva que tiene lugar “bajo la luz de lo público” (Arendt). Por
eso es que cada firma deberá ser considerada como una declaración de amor a la
democracia.
Interesante es
destacar que son muy pocos quienes intentan adjudicarse la paternidad sobre el
revocatorio. Grandeza mostraron Lilian Tintori y Leopoldo López al reconocer el
trabajo arduo de Capriles a favor de la vía revocatoria. Grandeza mostró
también Henrique Capriles al afirmar que el creador del revocatorio no es un
líder sino el pueblo. Tiene razón. La disposición hacia la opción revocatoria
ha sido masiva. La recolección de firmas no solo es un éxito, está a punto
de transformarse en un tsunami. Todos los dirigentes, sin excepción, han
comprendido que en este momento lo que está en juego no son los liderazgos
personales –para eso ya llegará el momento- sino la sobrevivencia de la
oposición como fuerza política.
En otras palabras,
en Venezuela está teniendo lugar una lucha por la defensa del principio de la
soberanía popular. Principio que en su forma roussoniana es una ficción formal
pero que en momentos decisivos ha logrado concretizarse materialmente en la
historia. ¿No fue reafirmado en Polonia cuando surgió el movimiento de
Solidarnosc, representación de todos los trabajadores polacos frente a un
gobierno que se decía representante de los obreros? ¿No fue reafirmado en el
Chile del plebiscito cuando mediante una decisión soberana el pueblo
electoralmente constituido decidió poner fin a la dictadura de Pinochet y a la
caterva de generales que lo acompañaban? ¿No fue reafirmado en la Alemania del
muro cuando las masas en las calles corearon “nosotros” (nosotros y no ustedes)
somos el pueblo”? Todos esos procesos, por lo menos en sus efectos, tuvieron un
sentido revocatorio.
Hoy día la
ciudadanía venezolana, constituida como pueblo, exige a través del referéndum
la devolución de los derechos soberanos que le corresponden. Así ha quedado
claro -aunque Maduro, Cilia Flores, Cabello, Jaua, la y el Rodríguez y otros
poquísimos se llenen la boca con la palabra pueblo- que la decisión mayoritaria
ya ha sido consignada. Esa decisión es revocar.
La palabra pueblo
en periodos históricos no marcados por situaciones límites no pasa de ser una
simple ficción. El pueblo solo existe como pueblo cuando se constituye
políticamente. Antes de su constitución el pueblo existe en la forma
ambigua de ciudadanía, de población, e incluso de masa. Solo en periodos
electorales o frente a grandes cambios históricos, el pueblo se hace pueblo.
Eso es lo que está ocurriendo en la Venezuela de Nicolás Maduro.
El pueblo
venezolano ha comenzado a exigir la rescisión del contrato social que lo ligaba
a sus gobernantes. Al actuar estos últimos como enemigos del pueblo y no
reconocer a sus representantes, el poder deberá ser devuelto al pueblo. Eso y
no otra cosa es el revocatorio.
El camino no será
fácil. Ya Cabello y Maduro anuncian que desconocerán firmas; ya se postergarán
nuevas fechas; ya se retrasarán procedimientos formales; ya Diosdado amenaza
con el mazo; ya asoman los siniestros grupos de choque destinados a intimidar a
los votantes. El atentado a la persona de Chúo Torrealba (“métele plomo”) es quizás solo un anticipo
de lo que viene.
La lucha por el
referéndum no ha surgido solo como consecuencia de la mala administración del
gobierno, tampoco de la crisis económica, ni de las colas, ni de la propagación
de la delincuencia, ni siquiera de la ostensible corrupción del partido de
gobierno. El referéndum comenzó a cobrar vida desde el momento en que el
ejecutivo decidió desconocer a la mayoría nacional representada en la Asamblea,
es decir, desde el momento en que se negó a aceptar el principio de la
soberanía popular simbolizado en ese edificio que es la casa de toda la
nación, incluyendo la de los propios chavistas.
Pretender suprimir
a la AN es decretar el desconocimiento de la voluntad popular, es la violación
del principio más elemental de soberanía nacional. Ese y no otro ha sido el
gran crimen político de Nicolás Maduro. Por eso, y no por otra razón, deberá
ser revocado.