Escribir una novela
sobre un país dominado por la política, una novela sobre la política del país,
una novela política, sin que la novela rinda tributo a la política y por culpa
de la política deje de ser novela, todo eso es más que una mérito: es una
hazaña. Esa hazaña ha sido cometida por Alberto Barrera Tyzska en su Patria
o Muerte, merecido y unánime premio Tusquets 2015.
Alberto Barrera
Tyzska (desde ahora ABT) no tenía escapatoria. ¿Puede ser hoy escrita una
novela en Venezuela sin que ella sucumba ante el influjo ejercido por Chávez y
el chavismo? La pregunta es pertinente pues hay momentos en los
que la política no es un espacio más de un orden social. Momentos en los que la
política se desborda de sí misma y se convierte en un tsunami y lo cubre y lo
ahoga todo. El momento histórico del chavismo ha sido uno de ellos.
¿Ha estado usted en
Venezuela en los tiempos del chavismo? ¿Ha intentado, ya hastiado de oír el
mismo nombre, conversar con alguien más de un minuto sin que en una frase deje
de aparecer Chávez o el chavismo? Yo lo he intentado y puedo testimoniar: es
absolutamente imposible.
Sobredeterminación
llamaba Freud a un significante cuando se hace presente en diversos sueños. En
lenguaje cotidiano podemos decir también, omnipresencia. Chávez era y es el
omnipresente. Como si fuera dios o demonio, aún después de muerto, sigue
estando en todas partes.
“Tú eres Chávez” dice un slogan. Lo terrible es que eso es cierto. Chávez, en sentido
negativo, como objeto del deseo del amor o del odio, se apoderó del alma de los
venezolanos. Pero Chávez - y he ahí en donde actúa la prosa acuchillante de
ABT- es un dios o un demonio mortal, un hombre de carne y hueso, alguien que
padece un cáncer y por lo mismo suplica y llora de miedo. Alguien, al fin, que
sangra por el culo, como dijera Miguel Sanabria, el viejo oncólogo quien por
cosas del azar guardaba en una caja las fotos que testimoniaban la mortalidad
del inmortal. Mortalidad convertida por el régimen post-chavista y por los
cubanos (otros omnipresentes) en un secreto de estado.
En todas partes estaba el carisma de Chávez. Solo en esa caja no estaba. Como tampoco estaba en esa otra caja vacía, su ataúd, transportado a lo largo de una multitud histérica y llorosa.
En todas partes estaba el carisma de Chávez. Solo en esa caja no estaba. Como tampoco estaba en esa otra caja vacía, su ataúd, transportado a lo largo de una multitud histérica y llorosa.
Carisma: ABT se la
jugó con la palabra carisma. Para explicarla acudió a lo que nunca se debe
hacer en una novela: a una tesis sociológica. Y, lo increíble, ABT salió ileso
al ponerla en boca de una ingenua observadora internacional. La tesis es
conocida entre los sociólogos. Pertenece a Charles Lindholm quien rompió con la
noción clásica de Max Weber al entender al carisma no como propiedad particular
sino como una relación interpersonal. Según Lindholm, para que haya carisma
deben existir también los que creen en el carisma, los carismatizados. En
idioma venezolano: los chavizados
Chavizados en
sentido positivo o negativo estaban casi todos los personajes de la novela. Y
lo estaban hasta el punto que uno se pregunta si el verdadero Chávez existió
alguna vez o solo fue una creación del alma popular destinada a llenar ese
vacío de ser que cada persona arrastra consigo por el solo hecho de ser mortal.
Chávez, en la
novela, no está de cuerpo presente. Solo aparece entre y dentro de la gente. Mas
todavía: Chávez nunca es igual a Chávez. Chávez es lo que cada uno quiere que
sea Chávez: la representación de sí mismo en el espacio de “la patria”. A la
inversa, Chávez tampoco es igual a sí mismo frente a los demás. Tenía una
extraña capacidad de transformarse de acuerdo a la demanda ejercida por el
interlocutor. Encantador frente a las damas, energúmeno frente a sus
adversarios, analista objetivo frente a un periodista, pastor protestante en
televisión y hasta payaso hilarante, si la ocasión así lo determinaba.
La presencia de
Chávez no era vertical como ha sido la de la mayoría de los gobernantes
autoritarios de América Latina. La suya era más bien una figura transversal.
Atravesaba al conjunto de la nación de lado a lado. Y de punta a punta.
Ningún destino
dentro de la novela dejó de ser atravesado por Chávez. Lo fue la esposa del
oncólogo, portadora de un odio visceral, irreconocible aún para su propio
marido. Lo fue su hermano, ideologizado por ese marxismo de telenovela que
penetró en América Latina desde los años sesenta. Lo fue su sobrino, fiel
trepador del régimen. Lo fue su vecino, un periodista mediocre que termina
vendiéndose a los cubanos. Lo fue la esposa del vecino, víctima de una tragedia
inmensa provocada por las fantasías mobiliarias del presidente. Lo fue la madre
de la niña Mariposa asesinada por delincuentes emergidos desde la destrucción
sistemática de todo lo que es parecido a un orden social. Lo fue la
propietaria del departamento víctima y hechora de maldades producidas por las
leyes dictadas por Chávez. Lo fueron las mujeres cerrudas mezclando su amor a
Chávez con la delincuencia “revolucionaria”.
Incluso los objetos
son en la novela de ABT imágenes metafóricas de lo que fue el chavismo ¿No es
ese departamento lleno de basura, botellas vacías, orina, mierda y restos de
comida, la imagen metaforizada de “la patria” después de que ha sido desatada
sobre ella el vendaval de la “revolución”? ¿No son esos dos niños
desprotegidos, pasando “por debajo de la historia” huyendo sin saber hacia
donde, la imagen de un futuro nacional que nadie sabe como terminará?
No hay duda, los
personajes de ABT son dobles. Son por una parte símbolos. Por otra, son
radicalmente carnales. Cada uno representa el destino de un país pero ninguno
pierde jamás su singularidad. Alcanzar esa dualidad, ese equilibrio entre lo
existente y lo simbólico, solo puede ser logro de grandes escritores. Y ya no
hay duda, ABT es uno de ellos. Ya había demostrado su sensibilidad frente a la
vida y la muerte en su novela “La Enfermedad”. “Patria o Muerte” fue su prueba
de fuego.
Sin posar de brujo
me siento con la competencia suficiente para afirmar que Patria o Muerte
figurará junto a El Señor Presidente de Asturias, El Otoño del
Patriarca de García Márquez y La Fiesta del Chivo de Vargas Llosa,
como una de las grandes novelas escritas sobre mandatarios supremos erigidos a lo largo
de la historia del continente. Lo firmo.
Sin embargo, ABT,
aunque más de alguien lo leerá así, no escribió un libro antichavista. Su
propósito no ha sido condenar a la figura de Chávez. Su interés, antes que
nada, es entender su significado partiendo de las condiciones vividas por
personajes ficticios (“la realidad también es ficción”) quienes no son ni
buenos ni malos.
Nadie en la novela es mejor que otro por el solo hecho de no ser chavista. En la vida real tampoco. Lo he comprobado personalmente.
Nadie en la novela es mejor que otro por el solo hecho de no ser chavista. En la vida real tampoco. Lo he comprobado personalmente.
El amor hacia
Chávez, sobre todo el de los más pobres, puede no tener ningún basamento
socioeconómico. Al final de la era chavista ninguno de los grandes problemas de
Venezuela ha sido solucionado. Los pobres siguen siendo pobres, más aún que en
países en donde fueron implementados programas sociales sin ninguna alharaca
revolucionaria. No obstante, el amor a Chávez sigue existiendo.
¿Qué les dio Chávez
a los pobres? Más que comida o dinero, les dio un sentimiento. Así lo da a entender una personaje de la novela: Chávez les hizo saber
que ellos existían como ciudadanos, que las casas de familia no solo
pertenecían a los ricos; que cada casa era una casa y cada familia una familia.
Chávez, dicho en breve, les dio reconocimiento. Uno que no se come ni se toca,
pero se siente.
Para las
muchedumbres que lo seguían Chávez era uno más de ellos. Lo era no solo en sus
facciones, también en su humor grosero, en sus procacidades y en su desprecio
por todo lo que se pareciera a la democracia y sus instituciones. Que detrás
de Chávez había bandas de facinerosos, politiqueros de la peor estofa, seres
corruptos, oportunistas y venales, y hasta narcotraficantes, lo sabían y lo
saben. Pero no les importaba.
“Chávez me cambió
la vida” repiten en las barriadas venezolanas. Quizás no es tan cierto. Lo que
sí es cierto es que Chávez les dio más valor a sus vidas. Un valor más
simbólico que real. Seguramente el psicoanálisis podría decir algunas palabras
sobre ese tema.
Pero nada lo podrá
decir mejor que una novela bien escrita, sobre todo cuando quien la escribe
domina los secretos de las frases cortas y precisas, las pinceladas que revelan
en una sola imagen una realidad muy profunda, y no por último, esos finales
suspensivos de capítulo que obligan a leer al libro en el menor tiempo posible.
Grandes cualidades literarias, sin lugar a dudas.
Pero todas esas cualidades no tendrían ninguna importancia si no hubieran sido puestas al servicio de una honestidad intelectual muy grande: esa que mantiene ABT en cada una de las páginas de su magistral novela.
Pero todas esas cualidades no tendrían ninguna importancia si no hubieran sido puestas al servicio de una honestidad intelectual muy grande: esa que mantiene ABT en cada una de las páginas de su magistral novela.
Patria o Muerte:
¿La Muerte de la Patria? ¿O la Patria de la Muerte? ¿O quizás la vida que siempre comienza? Lo sabremos después. El tiempo convierte a todo en pasado.