Fernando Mires - LA PATRIA Y LA MUERTE SEGÚN ALBERTO BARRERA TYZSKA



Escribir una novela sobre un país dominado por la política, una novela sobre la política del país, una novela política, sin que la novela rinda tributo a la política y por culpa de la política deje de ser novela, todo eso es más que una mérito: es una hazaña. Esa hazaña ha sido cometida por Alberto Barrera Tyzska en su Patria o Muerte, merecido y unánime premio Tusquets 2015. 
Alberto Barrera Tyzska (desde ahora ABT) no tenía escapatoria. ¿Puede ser hoy escrita una novela en Venezuela sin que ella sucumba ante el influjo ejercido por Chávez y el chavismo? La pregunta es pertinente pues hay momentos en los que la política no es un espacio más de un orden social. Momentos en los que la política se desborda de sí misma y se convierte en un tsunami y lo cubre y lo ahoga todo. El momento histórico del chavismo ha sido uno de ellos.
¿Ha estado usted en Venezuela en los tiempos del chavismo? ¿Ha intentado, ya hastiado de oír el mismo nombre, conversar con alguien más de un minuto sin que en una frase deje de aparecer Chávez o el chavismo? Yo lo he intentado y puedo testimoniar: es absolutamente imposible.
Sobredeterminación llamaba Freud a un significante cuando se hace presente en diversos sueños. En lenguaje cotidiano podemos decir también, omnipresencia. Chávez era y es el omnipresente. Como si fuera dios o demonio, aún después de muerto, sigue estando en todas partes.
“Tú eres Chávez” dice un slogan. Lo terrible es que eso es cierto. Chávez, en sentido negativo, como objeto del deseo del amor o del odio, se apoderó del alma de los venezolanos. Pero Chávez - y he ahí en donde actúa la prosa acuchillante de ABT- es un dios o un demonio mortal, un hombre de carne y hueso, alguien que padece un cáncer y por lo mismo suplica y llora de miedo. Alguien, al fin, que sangra por el culo, como dijera Miguel Sanabria, el viejo oncólogo quien por cosas del azar guardaba en una caja las fotos que testimoniaban la mortalidad del inmortal. Mortalidad convertida por el régimen post-chavista y por los cubanos (otros omnipresentes) en un secreto de estado. 

En todas partes estaba el carisma de Chávez. Solo en esa caja no estaba. Como tampoco estaba en esa otra caja vacía, su ataúd, transportado a lo largo de una multitud histérica y llorosa.
Carisma: ABT se la jugó con la palabra carisma. Para explicarla acudió a lo que nunca se debe hacer en una novela: a una tesis sociológica. Y, lo increíble, ABT salió ileso al ponerla en boca de una ingenua observadora internacional. La tesis es conocida entre los sociólogos. Pertenece a Charles Lindholm quien rompió con la noción clásica de Max Weber al entender al carisma no como propiedad particular sino como una relación interpersonal. Según Lindholm, para que haya carisma deben existir también los que creen en el carisma, los carismatizados. En idioma venezolano: los chavizados
Chavizados en sentido positivo o negativo estaban casi todos los personajes de la novela. Y lo estaban hasta el punto que uno se pregunta si el verdadero Chávez existió alguna vez o solo fue una creación del alma popular destinada a llenar ese vacío de ser que cada persona arrastra consigo por el solo hecho de ser mortal.
Chávez, en la novela, no está de cuerpo presente. Solo aparece entre y dentro de la gente. Mas todavía: Chávez nunca es igual a Chávez. Chávez es lo que cada uno quiere que sea Chávez: la representación de sí mismo en el espacio de “la patria”. A la inversa, Chávez tampoco es igual a sí mismo frente a los demás. Tenía una extraña capacidad de transformarse de acuerdo a la demanda ejercida por el interlocutor. Encantador frente a las damas, energúmeno frente a sus adversarios, analista objetivo frente a un periodista, pastor protestante en televisión y hasta payaso hilarante, si la ocasión así lo determinaba.
La presencia de Chávez no era vertical como ha sido la de la mayoría de los gobernantes autoritarios de América Latina. La suya era más bien una figura transversal. Atravesaba al conjunto de la nación de lado a lado. Y de punta a punta.
Ningún destino dentro de la novela dejó de ser atravesado por Chávez. Lo fue la esposa del oncólogo, portadora de un odio visceral, irreconocible aún para su propio marido. Lo fue su hermano, ideologizado por ese marxismo de telenovela que penetró en América Latina desde los años sesenta. Lo fue su sobrino, fiel trepador del régimen. Lo fue su vecino, un periodista mediocre que termina vendiéndose a los cubanos. Lo fue la esposa del vecino, víctima de una tragedia inmensa provocada por las fantasías mobiliarias del presidente. Lo fue la madre de la niña Mariposa asesinada por delincuentes emergidos desde la destrucción sistemática de todo lo que es parecido a un orden social. Lo fue la propietaria del departamento víctima y hechora de maldades producidas por las leyes dictadas por Chávez. Lo fueron las mujeres cerrudas mezclando su amor a Chávez con la delincuencia “revolucionaria”.
Incluso los objetos son en la novela de ABT imágenes metafóricas de lo que fue el chavismo ¿No es ese departamento lleno de basura, botellas vacías, orina, mierda y restos de comida, la imagen metaforizada de “la patria” después de que ha sido desatada sobre ella el vendaval de la “revolución”? ¿No son esos dos niños desprotegidos, pasando “por debajo de la historia” huyendo sin saber hacia donde, la imagen de un futuro nacional que nadie sabe como terminará?
No hay duda, los personajes de ABT son dobles. Son por una parte símbolos. Por otra, son radicalmente carnales. Cada uno representa el destino de un país pero ninguno pierde jamás su singularidad. Alcanzar esa dualidad, ese equilibrio entre lo existente y lo simbólico, solo puede ser logro de grandes escritores. Y ya no hay duda, ABT es uno de ellos. Ya había demostrado su sensibilidad frente a la vida y la muerte en su novela “La Enfermedad”. “Patria o Muerte” fue su prueba de fuego.
Sin posar de brujo me siento con la competencia suficiente para afirmar que Patria o Muerte figurará junto a El Señor Presidente de Asturias, El Otoño del Patriarca de García Márquez y La Fiesta del Chivo de Vargas Llosa, como una de las grandes novelas escritas sobre mandatarios supremos erigidos a lo largo de la historia del continente. Lo firmo.
Sin embargo, ABT, aunque más de alguien lo leerá así, no escribió un libro antichavista. Su propósito no ha sido condenar a la figura de Chávez. Su interés, antes que nada, es entender su significado partiendo de las condiciones vividas por personajes ficticios (“la realidad también es ficción”) quienes no son ni buenos ni malos. 

Nadie en la novela es mejor que otro por el solo hecho de no ser chavista. En la vida real tampoco. Lo he comprobado personalmente.
El amor hacia Chávez, sobre todo el de los más pobres, puede no tener ningún basamento socioeconómico. Al final de la era chavista ninguno de los grandes problemas de Venezuela ha sido solucionado. Los pobres siguen siendo pobres, más aún que en países en donde fueron implementados programas sociales sin ninguna alharaca revolucionaria. No obstante, el amor a Chávez sigue existiendo.
¿Qué les dio Chávez a los pobres? Más que comida o dinero, les dio un sentimiento. Así lo da a entender una personaje de la novela: Chávez les hizo saber que ellos existían como ciudadanos, que las casas de familia no solo pertenecían a los ricos; que cada casa era una casa y cada familia una familia. Chávez, dicho en breve, les dio reconocimiento. Uno que no se come ni se toca, pero se siente.
Para las muchedumbres que lo seguían Chávez era uno más de ellos. Lo era no solo en sus facciones, también en su humor grosero, en sus procacidades y en su desprecio por todo lo que se pareciera a la democracia y sus instituciones. Que detrás de Chávez había bandas de facinerosos, politiqueros de la peor estofa, seres corruptos, oportunistas y venales, y hasta narcotraficantes, lo sabían y lo saben. Pero no les importaba.
“Chávez me cambió la vida” repiten en las barriadas venezolanas. Quizás no es tan cierto. Lo que sí es cierto es que Chávez les dio más valor a sus vidas. Un valor más simbólico que real. Seguramente el psicoanálisis podría decir algunas palabras sobre ese tema.
Pero nada lo podrá decir mejor que una novela bien escrita, sobre todo cuando quien la escribe domina los secretos de las frases cortas y precisas, las pinceladas que revelan en una sola imagen una realidad muy profunda, y no por último, esos finales suspensivos de capítulo que obligan a leer al libro en el menor tiempo posible. Grandes cualidades literarias, sin lugar a dudas. 

Pero todas esas cualidades no tendrían ninguna importancia si no hubieran sido puestas al servicio de una honestidad intelectual muy grande: esa que mantiene ABT en cada una de las páginas de su magistral novela.
Patria o Muerte: ¿La Muerte de la Patria? ¿O la Patria de la Muerte? ¿O quizás la vida que siempre comienza? Lo sabremos después. El tiempo convierte a todo en pasado.