En Venezuela ha surgido un mini-debate acerca
de si el gobierno de Maduro es un régimen o un simple gobierno.
Curiosamente
a los que más molesta la denominación de régimen sostienen que el gobierno de
Maduro no es un simple gobierno, sino un hito en la llamada revolución
bolivariana, chavista, bonita, socialista, sigloveintunista o como la llamen.
¿No es acaso todo gobierno revolucionario un régimen o por lo menos parte de un
régimen?
Todo régimen nace de una
revolución o del intento de implantarla. Luego, los primeros que deberían
hablar de régimen son los que son o imaginan ser revolucionarios. Pues, un
gobierno revolucionario que no intente cambiar el régimen anterior es un
gobierno como cualquier otro y, por lo mismo, no puede ser revolucionario.
Probablemente
quienes se sienten irritados con la palabra régimen imaginan –no sin razones-
que quienes utilizamos esa palabra y no la de gobierno para designar a la era
Maduro la empleamos como sinónimo de dictadura. Sobre ese tema hay que hacer un
par de aclaraciones.
Es
cierto, toda dictadura es un régimen. Así podemos hablar de régimen comunista,
castrista, pinochetista, fascista. Pero por otra parte –este es el punto- no
todo régimen es una dictadura.
La
democracia también es un régimen de gobierno y dentro de la democracia hay
distintas formas de gobierno a las que llamamos regímenes (régimen
parlamentario, presidencialista, autoritario).
El
concepto de régimen, por lo tanto, no solo puede ser usado como sinónimo de
dictadura, sino también como sinónimo de sistema de gobierno. En ese sentido el
gobierno de Maduro no es un gobierno cualquiera, es parte de un régimen el que,
guste o no, será conocido en la historia como “régimen chavista”. Por lo demás,
el primero que lo reconoció fue Chávez. Su gobierno, decía el líder muerto, ha
puesto fin a la Cuarta República. ¿Y qué era la Cuarta República sino un
régimen? ¿Y cómo poner fin a un régimen si no es con otro régimen?
Un
régimen solo puede ser sustituido por otro régimen. Luego, reitero, el de
Maduro no solo es un gobierno, es parte de un régimen que lo precede. El mismo
gobernante lo dice. Cuando habla de democracia participativa, de concejos
comunales, de democracia de calle, y otras metáforas, se está refiriendo a
elementos constitutivos no de un gobierno, sino de un régimen. A ese régimen
podemos agregar otras características menos positivas: personalismo extremo,
recurrencia a una imagen mítica (la de Chávez) situada más allá del bien y del mal,
militarización del Estado, Partido único de Estado, desaparición de límites
entre el poder ejecutivo y el judicial,
control del aparato electoral y otras lindezas dictatoriales tan conocidas en y
fuera de Venezuela.
Entonces,
hablemos claro: Una eventual derrota política de Maduro será parte no de un
cambio de gobierno sino de un cambio de régimen. Un cambio que seguramente no
ocurrirá de un día a otro, como sucede en las películas, sino como resultado de
un proceso cuyas formas nadie está en condiciones de anticipar. Visto desde esa
perspectiva, un triunfo opositor en las elecciones del 6-D solo sería un hito
en ese proceso que deberá culminar con la instauración de un nuevo régimen: más
democrático, menos violento y sobre todo más constitucionalista que el actual
La
conclusión es simple: para cambiar al régimen será necesario cambiar de
gobierno. La gran mayoría opina por cierto que ese cambio deberá ser realizado
de acuerdo a los medios que entrega la propia Constitución. Si un próximo
gobierno será democrático su tránsito también deberá ser, evidentemente,
democrático.
La
gran mayoría –en el caso de que logre imponer el reconocimiento de su victoria
electoral- se verá probablemente enfrentada a dos obstáculos. El de
fracciones de gobierno que intentarán por todos los medios la continuación del
régimen y el de una delgadísima capa de la oposición que, como ya ha sido su
costumbre inveterada, llamará a cortar por algún atajo. Esa gran mayoría
deberá, en consecuencia, estar preparada para llevar a cabo ese doble
enfrentamiento.
Los
tiempos que vienen después del 6-D serán, dicho casi con seguridad, los más
difíciles que ha vivido Venezuela durante toda la historia del régimen
chavista.