Demasiado
tarde sonaron las alarmas. El ministro del exterior alemán Steinmeier anunció
que su gobierno ve con preocupación el aumento de tropas rusas establecidas en
ese 20% del territorio que resta de Siria.
¿Que
esperaba el ministro? ¿Qué Putin iba a dejar abandonado a el- Asad, su único
aliado en Oriente Medio? ¿Qué no iba a aprovechar el espacio que le dejaron en
Siria los EE UU y las potencias europeas? Si esperaba eso significa que
Steinmeier no conoce a Putin, algo imperdonable para un ministro del exterior.
Joschka
Fischer, el inteligente ex ministro del exterior verde de Alemania, lo ha
venido advirtiendo desde hace tiempo. La política exterior de Putin es
expansionista. Donde le cedan terreno Putin va a sentar acto de presencia.
Ya
se aprestaba Merkel a reiniciar conversaciones con Putin sobre Ucrania y ahora
va a tener que agregar el tema de Siria en su agenda. Quizás podría ahorrarse
el encuentro. Merkel va a manifestar a Putin que está muy agradecida con su
“colaboración” en la guerra en contra de ISIS, pero ve con preocupación la
sustitución del ejército sirio por el ruso. Putin va a contestar seguramente
que el ejército sirio ya no existe. Después de todo Putin no tiene la culpa de
que los gobiernos árabes y europeos, aliados en la gran coalición anti-Isis, no
cumplan con sus obligaciones militares en el Oriente Medio.
EE
UU, como ha destacado Joseph S. Nye –defensor de la línea internacional de
Obama- no está en condiciones de pasar a la segunda fase de la guerra, la de la
lucha en el terreno. Si así lo hiciera -es la evaluación política del
Pentágono- significaría reactivar el síndrome bushista de Irak, movilizar los
sentimientos antinorteamericanos de los aliados árabes y dar carta libre al
terrorismo en los países occidentales, es decir, apagar un incendio con
bencina.
Nye
argumenta que las tropas de ISIS deben ser derrotadas por ejércitos suníes,
puesto que si solo intervienen los chiíes la guerra asumirá una dimensión
religiosa. Pero ¿dónde están esos ejércitos suníes?
Los
únicos dispuestos a librar una guerra a muerte en contra de ISIS son los suníes
kurdos pues para ellos la guerra tiene un carácter territorial y no religioso.
Esa fue el motivo por el cual los kurdos (sobre todo los Peschmerga de
Irak) gozaron por primera vez en su historia del apoyo político y militar que
les brindaba Europa.
Razón
más que suficiente para que hasta ese momento, el aliado más seguro de
Occidente, el gobierno de Erdogan, viera –no sin ciertas razones- en el rearme
kurdo un peligro para Turquía. Hoy el gobierno turco dirige sus objetivos
militares en contra de los kurdos establecidos en Siria, olvidando casi por
completo a ISIS.
Arabia
Saudita por su lado no va a intervenir en una guerra donde los de ISIS son sus
hermanos de religión. De ahí que el único aliado seguro de los EE UU en la
región es por el momento Irán, un país de confesión chiíe. ¿Se comprenden
entonces las razones no-atómicas del acuerdo firmado por Obama y Roaní?
Sin
embargo, las razones que llevaron a Obama a pactar con Roaní más allá del
acuerdo atómico, solo alcanzan hasta Irak cuya predominancia chiíe no ve con
malos ojos la presencia de tropas iraníes en su territorio, sobre todo si se
trata de expulsar a los suníes de ISIS. En Siria, en cambio, es muy poco lo que
puede hacer Irán en contra de ISIS sin desatar una “guerra religiosa” con el
sunismo guerra ante la cual los jeques saudíes no permanecerían, dicho con
toda seguridad, impertérritos. De modo que el camino hacia Damasco queda libre,
por el momento, solo para Putin.
Aparentemente
Putin podría ser un inesperado aliado de Occidente. Al fin y al cabo, a
diferencia de los gobiernos europeos, Putin está dispuesto a enviar a sus
tropas a luchar en el terreno. Pero cualquier experto sabe que si EE UU cede el
paso a Putin en Siria, Siria pasará a ser un protectorado militar ruso en el
Oriente Medio. Cuando los rusos llegan con armas a algún lugar –así dice la
experiencia histórica- si es que no son expulsados como en Afganistán, no se van.
¿La
solución? Por el momento no hay ninguna. Si estuviera Kissinger la solución
habría sido entregar Siria a Rusia a cambio de que Putin no avance más en
Ucrania. Quizás ese será el punto central a ser discutido en el próximo
encuentro entre los gobiernos de Rusia y los EE UU. Las mejores cartas, hay que
decirlo, las tiene por el momento Putin. Pero las peores no las tiene Obama.
Las
peores cartas las tienen los refugiados irakíes y sirios víctimas de un póquer
infernal jugado detrás de sus espaldas.