Leyendo
titulares de periódicos después del acuerdo entre Grecia y sus acreedores, la
impresión general es que una dictadura económica dirigida por el “imperio
alemán” ha obligado a Tsipras a humillarse al precio de sacrificios que deberán
pagar los sectores más empobrecidos del país.
Los
medios coinciden en en un punto: el tema de Grecia es un tema exclusivamente
financiero, es decir no es un tema donde lo que realmente estuvo y estará en
juego es la integridad política del continente. Integridad que pasa por el Euro
pero no termina en el Euro.
La
reducción de la identidad europea al mero ámbito financiero ha abierto flancos
a los movimientos y partidos eurofóbicos, algunos con una retórica heredada de las
izquierdas estalinistas, otros de las del antiguo fascismo, pero la mayoría
esgrimiendo argumentos de carácter político. Todo lo demagógicos que se quiera,
pero políticos.
Que
en la “defensa” de Grecia en contra de la “oligarquía de Bruselas” (Marine Le
Pen) hayan coincidido casi la totalidad de los partidos de la ultraderecha con
los de la “nueva izquierda”, todos a la vez simpatizantes de la Rusia de Putin,
es un hecho altamente significativo.
Aparte
de que una vez más se comprueba que entre los extremos hay coincidencias, o que
las líneas divisorias entre izquierda y derecha son cada vez más difusas, es
importante destacar que el auge de los movimientos y partidos
nacional-populistas obedece a razones no creadas por ellos. En ese punto los
europeos parecen no haber aprendido de las trágicas historias vividas durante
el siglo XX.
El
nazismo, para poner un ejemplo, no surgió de la nada. Hitler no inventó el
tratado de Versalles ni a las reparaciones de guerra impuestas a Alemania por
los aliados después de 1914. Tampoco inventó la desocupación laboral ni la
inflación desatada durante y después de la República de Weimar. Mucho menos
inventó el peligro de la expansión de la URSS bajo Stalin. Todo eso era verdad.
Que eso hubiera servido para que Hitler se hiciera del poder hay que
adjudicarlo no solo a su habilidad sino también a la complacencia de tantos
demócratas que eligieron hundir la cabeza en la arena. Hoy, la mayoría de los
gobiernos europeos practica, igual que antes, la política del avestruz.
La
gran mayoría de los gobiernos europeos trata de enfrentar los problemas reales
de Europa con medidas puramente burocráticas sin nombrar las razones que los
han provocado ni los medios para enfrentarlos. Así, quieran o no, los
burócratas de la política han abierto el camino al nacional-populismo como ayer
se lo abrieron al nacional-socialismo.
El
término burocracia no es de por sí negativo. La burocracia bien organizada es
un medio auxiliar de partidos y gobiernos. El problema surge cuando la función
de la burocracia sobrepasa a la de la política, o para decirlo en términos
weberianos, cuando la lógica de la razón instrumental subordina a la lógica de
la razón política.
Entendemos
por lógica de la razón política la que surge de la representación de determinados
intereses en antagonismo con otros intereses. Es decir, se trata de las tres
dimensiones de la política: la representación, los intereses y el antagonismo.
Faltando una de ellas, la política pierde consistencia y es degradada a una
actividad puramente administrativa. En ese sentido los partidos y movimientos
nacional-populistas son solo un síntoma de la degradación burocrática de la
política.
Mientras la clase política
europea se niega a nombrar a los verdaderos problemas por su nombre, los
nacional-populistas, como los fascistas de ayer, nombran a los verdaderos
problemas pero con un nombre falso.
Pongamos
el caso de las migraciones, unos de los temas preferidos del nacional-populismo
de “derecha”. Frente a ese tema, dichos partidos ofrecen una solución simple:
cerrar las fronteras, levantar muros y alambradas (Hungría) y detener así a las
por ellos llamadas invasiones extranjeras.
Ante
esa postura demagógica ¿Quién ha tenido el valor de decir que las migraciones no son un problema puramente
demográfico sino el resultado de atroces guerras provocadas no pocas veces por
los propios países europeos? ¿Quién ha dicho que las formas de gobierno de los
pueblos africanos fueron destruidas por una colonización sin la cual la
próspera Europa no habría existido jamás? ¿Quién ha dicho que la
desertificación de África y las consiguientes hambrunas son un producto de la
era industrial europea y de sus nefastas influencias sobre el clima?
O
pongamos el caso de la deuda griega, uno de los temas preferidos del nacional-populismo
de “izquierda”. ¿Quién ha dicho que el desorden de la economía griega no es un
producto del capital extranjero ni de la prepotencia de Alemania sino de la
política de un partido socialista, el PASOK, partido que practicó la más
descomunal corrupción, destruyó el aparato productivo y llevó a cabo una
política basada en dádivas y prebendas? ¿Quién ha dicho que Syriza y Podemos no
son partidos nuevos sino solo los continuadores del antiguo populismo
demagógico del PASOK y del PSOE?
¿Quién
ha dicho que la función de Europa no es mantener al Euro sino que el Euro
cumple la función de mantener la unidad europea, unidad que no se hizo para que
sus naciones se amen, sino para enfrentar a enemigos comunes? ¿Quién nombra a
la Rusia de Putin, convertida en aliada y protectora de los movimientos y
partidos ultranacionalistas de Europa? ¿Quién nombra al expansionismo económico
de China? ¿Quién -aparte de los
partidos xenófobos- nombra al terrorismo islamista? ¿Quién nombra -ese
es el punto- a los enemigos (externos e internos) de Europa?
A
veces los burócratas y los demagogos se encuentran y coinciden entre sí.
Wolfgang Schäuble, el gran burócrata alemán, propuso la salida de Grecia de
Europa. Yanis Varufakis, el gran demagogo griego, propuso la salida de Grecia
de Europa. El primero, como si fuera el contador de una empresa financiera,
sacó cuentas y descubrió que era más rentable económicamente tener a Grecia
afuera que adentro. El segundo, como el gran demagogo que es, descubrió que una
Grecia fuera de Europa puede convertirse en catalizador de una revolución
“anticapitalista” europea e incluso mundial. ¿Qué tienen en común ambos? A
ambos les une una radical indiferencia por la suerte que correrán los
ciudadanos griegos en una Grecia no-europea. A ambos, de igual modo, la unidad
política de Europa les importa un bledo.
Cuando
la política calla y es convertida en simple administración llega
inevitablemente la hora de los demagogos. Ese es el problema: el actual
enfrentamiento que tiene lugar en la mayoría de las naciones europeas ya no es
el de las izquierdas contra derechas, sino simplemente el de burócratas contra
demagogos.
Y
cuando los demagogos han sido enfrentados por burócratas –y no por políticos
responsables y combativos- siempre han vencido los demagogos. Esa es la triste
lección de la historia reciente de Europa.