Alguna
vez habrá que teorizar acerca del tema. Lo cierto es que hasta ahora todas las
vías proclamadas para la construcción del socialismo han culminado en la
construcción del capitalismo donde este no existía, o existía sobre fundamentos
muy primarios.
Aunque
no guste a los marxistas ortodoxos, el socialismo hasta ahora ha sido solo la
expresión del fenómeno que Hegel denominaba “astucia de la razón”. Como es
sabido, según Hegel la razón de la historia no se rige por la de sus actores
sino por una lógica suprahumana (“Lecciones sobre Filosofía de la Historia
Universal”). En sentido hegeliano, el socialismo como medio para la
construcción del capitalismo también sería una astucia de la razón histórica.
Ya
Lenin en 1920 a través de la NEP (Nueva Política Económica) levantó la tesis de
que la tarea del “partido del proletariado” debería ser desarrollar el
capitalismo de Estado en la URSS hasta el momento en que las fuerzas
productivas estuvieran tan evolucionadas como en los países del “capitalismo
avanzado”.
El
socialismo fue así concebido por Lenin como la fase capitalista del comunismo
(idea que nunca pasó por la cabeza de Marx). La llamada “Nomenklatura” sería la
clase dominante del capitalismo estatal soviético.
El
Partido Comunista chino siguió esa lección. Durante Mao tuvo lugar un proceso
forzado de “acumulación originaria” (Smith, Marx) que sentaría las bases para
el desarrollo de un agresivo capitalismo estatal. La primicia fue que, en lugar
de estatizar todo, como hizo Stalin, la Nomenklatura china abrió un espacio de
reproducción del capital en donde sus actores gozan de amplias libertades
económicas.
Bajo
la protección del Estado “comunista” han aparecido en China magnates a quienes
son otorgadas facilidades para su enriquecimiento pero bajo la condición de no
cuestionar jamás a la clase dominante organizada en el Partido.
Dicho
sin ironía: en China, en nombre del socialismo, ha sido creado un capitalismo
perfecto. Un capitalismo sin derechos humanos, sin movimientos sociales y sin
huelgas. No extraña así que muchos tecnócratas occidentales se sientan
fascinados por el modelo chino. El socialismo chino no es el paraíso de los
trabajadores pero sí es, o ha llegado a ser, el de los capitalistas.
En
el modelo chino Raúl Castro encontró una posibilidad de sobrevivencia para la
clase dominante cubana y de igual modo intenta crear las bases para un –así lo
llamaremos- “capitalismo
concesionario”. Pero hay dos diferencias: Una: Mientras en China el núcleo del
Estado está formado por una burocracia muy eficiente, en Cuba está formado por
el Ejército. En Cuba el Partido es el Ejército y el Ejército es el Estado.
La
segunda diferencia es más importante: Mientras en China el lugar de la
reproducción del capital es ocupado por un empresariado nacional, en Cuba es y
será ocupado por el capital internacional, particularmente en la industria
turística.
No
obstante, la condición para el
surgimiento de un “capitalismo concesionario” es la misma en ambos
casos. Las libertades regirán en la economía pero no en la política. Y eso
significa lo siguiente: El poder de la Nomenklatura cubana no deberá ser
cuestionado.
Hay
quienes creen que con el acercamiento de EE UU a Cuba, el auge de un
capitalismo dependiente llevará a la disolución de la clase militar dominante.
No hay razones para pensar así. El capitalismo no tiene contradiciones
“naturales”con ningún sistema político. Puede funcionar tan bien o tan mal en
naciones fascistas como en naciones comunistas.
Eso
quiere decir que las libertades políticas no serán instauradas en Cuba por
concesiones económicas al “capital”. Esas libertades solo serán posibles
gracias a la lucha democrática de sus ciudadanos. No hay otra posibilidad.