No
obstante, hemos de convenir en que no existen los hechos históricos aislados.
Cada hecho histórico es parte de un relato, es decir de un proceso histórico
que lo antecede y continúa. No existe, por lo mismo, ningún hecho histórico sin
un proceso (o contexto) histórico. Eso lo sabe cualquier historiador.
Por
cierto, las grandes ceremonias (solo eso fue la Cumbre) certifican hechos y
procesos que las anteceden. En cierto modo cada discurso histórico es un hecho
post-histórico. Así como en la vida cotidiana las ceremonias no determinan los
hechos (un funeral no determina la muerte de nadie ni una boda determina el
amor entre dos personas) cumbres como las de Panamá son también ceremonias de
consagración. Por eso nadie esperaba que en la Cumbre iba a tener lugar un
acontecimiento nuevo. Todo lo contrario: Antes de la Cumbre conocíamos su
argumento e incluso su libreto.
¿Quién
no sabía que Castro y Obama se iban a dar la mano para después pronunciar
discursos si no amistosos por lo menos no agresivos? ¿Quién no sabía que
Nicolás Maduro iba a desatar un espectáculo patriotero e intentar ponerse en el
centro de la mesa como si él fuera un florero sin flores? ¿Quién no sabía que
Evo Morales, quien no tiene nada que perder cuando habla (porque a nadie fuera
de Bolivia interesa lo que habla) iba a ser el encargado de agredir verbalmente
a los EE UU? ¿Quien no sabía que la gobernante de Chile no iba a aparecer a fin
de no asumir, como suele suceder, ninguna responsabilidad y así quedar bien con
todos? ¿Quién no sabía que Cristina llegaría tarde, justo para ponerse en la
foto final y lucir así su nuevo (de verdad, bonito) vestido blanco?
Incluso
las observaciones críticas que hizo Rousseff con respecto a las violaciones a
los derechos humanos en Venezuela no sorprendieron demasiado pues la dama
carioca ya tenía en su cartera la invitación extendida por Obama para visitar
la Casa Blanca. Punto que, si lo conectamos con el apretón de manos entre
Castro y Obama, adquiere otra dimensión. Y esa dimensión sí tiene una enorme
importancia histórica. A eso voy.
El
reconocimiento a Cuba no significa que Obama haya sentido de pronto una gran
simpatía por la dictadura cubana. Todo lo contrario: Su abierta crítica al
régimen de Maduro es la misma que mantiene con respecto al castrista; en ese
punto no hay como perderse. Por lo mismo, el reconocimiento diplomático a Cuba
no es un “hecho en sí”. Es, digámoslo de otro modo, una parte muy pequeña pero
a la vez muy importante de una estrategia global que no comienza ni termina en
América Latina. Se trata, en síntesis, de la misma estrategia global que llevó
al presidente norteamericano a conversar con el presidente de Irán, Rouhaní, en
torno al tema nuclear.
En
ambos casos Obama obtiene credenciales para intentar otros acercamientos
políticos. En el caso latinoamericano, un mayor acercamiento a Brasil y después
a otras naciones (el gobierno peruano e incluso el uruguayo hicieron muchas
señas de simpatía a Obama). Esas son, para que no nos confundamos, partes del
segundo capítulo de la novela que comenzó con el acercamiento de Obama a
Castro. En ese sentido Raúl Castro es para Obama una simple llave para abrir
otras puertas, entre ellas, las de Brasil
La
pregunta entonces es: ¿Por qué Obama necesita bajar el grado de las tensiones
internacionales mantenidas por los EE UU con diversos gobiernos del hemisferio?
Las
razones no tienen mucho que ver con Cuba sino con el lugar que ocupa EE UU en
el mundo. EE UU, quizás no hay que decirlo, es la primera potencia militar,
tecnológica y cultural (en el sentido de exportación de bienes culturales) en
un planeta donde existen otras naciones dispuestas a disputar diversos espacios.
En materias comerciales, el principal rival de los EE UU es China. En materia
militar, su principal enemigo se encuentra por el momento en el Oriente Medio,
en los ejércitos sunitas del ISIS. La Rusia de Putin, a su vez, busca fijar
posiciones que cuestionan la geopolítica norteamericana para lo cual EE UU
necesita tener a toda Europa a su lado.
En
fin, para enfrentar esos tres desafíos, el gobierno norteamericano requiere si
no del apoyo, por lo menos de la neutralidad de diversos gobiernos. Tarea imposible
de alcanzar si el gobierno de los EE UU no intenta desactivar el potencial
anti-norteamericano que se anida en algunos países, en muchos casos, como lo ha
reconocido el mismo Obama, por motivos altamente comprensibles.
Ahora,
para nadie es un misterio que los principales bastiones ideológicos del anti
norte-americanismo se encuentran en el Oriente Medio y en algunos gobiernos de
América Latina, los que insisten en mantener su prédica anti-norteamericana, no
importándoles que ellos mismos sean los socios comerciales más fieles del
“imperio” como es el caso de Nicaragua y Venezuela.
En
breve, hoy los EE UU necesitan más que nunca de un amplio espectro de alianzas
internacionales. Pero esas alianzas solo pueden ser alcanzadas mediante la vía
de la diplomacia y de la política renunciando, quizás para siempre, a la era de
las amenazas e invasiones. Por lo menos en América Latina.
Como
ha sido reiterado, el nervio de la nueva estrategia simbolizada por Obama pasa
por sustituir la dominación militar ejercida durante la Guerra Fría por
relaciones hegemónicas de poder. Eso significa prescindir definitivamente de
las acciones imperialistas que se extendieron hasta después de la Guerra Fría,
sobre todo durante el gobierno de Bush (hijo), para pasar a una fase post-imperialista
pero sin renunciar al rol de gran potencia que EE UU no puede dejar de ocupar.
Algo muy difícil de asumir por gobiernos y partidos que han convertido el
antiimperialismo no solo en una doctrina sino, además, en una identidad casi
religiosa.
El
tema del paso de los EE UU a una fase post-imperialista es políticamente nuevo
y, por eso mismo, muy complejo. Imposible de ser tratado en estas breves
líneas. Por lo mismo, este texto, menos que como un artículo, considérese un
enunciado. Continuaré trabajando en esa dirección.
PS.
Extiendo mis sentimientos de pesar y tristeza a la familia, a los amigos y a
los simpatizantes de Eduardo Galeano. Que en paz descanse.