Fernando Mires – DE LA SOCIALDEMOCRACIA A LA DEMOCRACIA SOCIAL



Como en “El parto de los montes” según Esopo, acudió mucha gente a presenciar el gran acontecimiento. Pero de los montes solo salió un mísero ratón.
Un ratón fue también el que parió Podemos, el nuevo partido español. Y como en la fábula, los que fueron a escuchar las definiciones de Pablo Iglesias, se retiraron desilusionados. Tanto ruido para nada: Los grandes proyectos de Podemos solo se diferencian de los de Izquierda Unida o de los del PSOE en una u otra coma. La misma letanía: estado social, economía social de mercado, redistribución de los ingresos. Hasta El Mundo y El País estuvieron de acuerdo: De los montes de Podemos solo salió un ratoncito socialdemócrata.
¿Esperaba alguien otra cosa? ¿Que por ejemplo Pablo Iglesias se declarara partidario de “la dictadura del proletariado”, de Stalin y Castro, y presentara un programa de estatización con deportaciones, trabajos forzados y paredón incluido? Ante el asombro de los radicales amantes de la música del socialismo del siglo XXl, Iglesias se declaró partidario del “modelo sueco” (¡!). Evidente, un leve símbolo para distanciarse de sus desastrosos amigos de Caracas.
¿Hay que concluir entonces en que en el campo de la izquierda han terminado por imponerse definitivamente las ideas económicas socialdemócratas? Quién lo hubiera pensado. Hasta hace algunos años el término “socialdemócrata” era utilizado por la “izquierda revolucionaria” para insultar a los que disentían del “marxismo leninismo”  y de sus verdades absolutas.
Hoy en cambio declararse socialdemócrata está de moda. Hay casi un consenso general en contra del Estado estalinista y del mercado neoliberal. No solo los suecos, hasta Merkel y Obama son tildados de socialdemócratas. En América Latina ocurre algo parecido: cuando hay que referirse a Lula o Rousseff, Mujica o Vásquez, Santos y Humala, Bachelet e incluso Correa, Fernández y Morales, los expertos nos dicen que son socialdemócratas. Y por si fuera poco, el régimen cubano se apresta a abrir las puertas de par en par a las inversiones externas. ¿Vamos a hablar de la social-democratización del castrismo? Desde el punto de vista económico, no habría otra alternativa. Desde el punto de vista político, y a ese dirige sus dardos este artículo, está lejos de ser así. Pues vamos a decirlo de una vez. Es muy diferente referirse a la socialdemocracia en términos económicos que en términos políticos.
La disociación entre la socialdemocracia económica y la política arrastra ciertas historias. Una dice que los partidos socialdemócratas europeos, habiendo sido asegurados los soportes democráticos en la mayoría de sus naciones, concentraron toda su atención en temas económicos. Eso explica por qué los dirigentes socialdemócratas de hoy distan de ser líderes políticos; cuando más, aburridos expertos financieros. En cierto sentido, después de la derrota del nazismo y del fin del peligro estalinista, ha tenido lugar en Europa un sostenido proceso que aquí llamamos “economización de la política”. 
Muy diferente era el cuadro durante el periodo de pre-guerra. Desde los momentos en que las socialdemocracias fueron divididas desde Moscú por Lenin, ser socialdemócrata tenía tres connotaciones. Primero, la creencia (marxista-darwinista) de que el desarrollo de las fuerzas productivas llevaría al socialismo. Segundo, que el portador genético del socialismo era el proletariado. Tercero que el tránsito del capitalismo al comunismo debería ocurrir no en contra sino como resultado de la ampliación de las libertades democráticas. Ahora, nótese: mientras las dos primeras connotaciones unían a socialdemócratas y comunistas, la tercera los separaba de modo radical.
La diferencia entre socialdemocracia y comunismo no era económica sino política. Ser socialdemócrata significaba, desde el punto de vista político, definirse en contra de toda dictadura o tiranía. Y bien, con la despolitización de la socialdemocracia europea y su transformación en una entidad económica-social, las diferencias políticas entre socialdemócratas y otros partidos fueron relegadas a un lugar secundario. Es por eso que hoy tantos aparecen como socialdemócratas. Hasta Podemos en España.
Tal vez una tarea de los demócratas de Europa y de América Latina deberá ser recuperar no el nombre, pero sí el sentido libertario de la socialdemocracia originaria. Si es así, deberán enfrentarse con un problema gramatical y político a la vez, y es el siguiente: La traducción literal al español de la palabra alemana Sozialdemokratie es absurda. La traducción verdadera debería haber sido “democracia social”. Por cierto, menos que a la traducción gramatical me refiero aquí a la política
¿Qué significa democracia social? Mucho más de lo que a primera vista parece. Significa una definición a favor de un orden político, la democracia. Significa que no lo democrático depende de lo social sino lo social de lo democrático. Significa, no por último, tomar en cuenta el hecho de que cada vez que lo democrático ha sido separado de lo social y en nombre de lo social, la primera víctima ha sido lo social. Lo vemos hoy en Venezuela. Lo vimos ayer en Cuba. Lo vimos antes de ayer en la URSS.
Puede que Pablo Iglesias haya logrado presentarse como un socialdemócrata. Lo que no ha logrado es presentarse como un demócrata social. Vale decir, como alguien dispuesto a comprometerse en la lucha por las libertades sociales e individuales, decidido a luchar por los derechos humanos donde estos sean violados, por la separación irrestricta de los poderes públicos, por la desmilitarización de la política.
Eso significa: Mientras no escuchemos de las bocas de Podemos una declaración por la liberación de todos los presos políticos del mundo, sea en Guantánamo o en La Habana, sea en Damasco o en Caracas, nadie podrá llamarlos demócratas sociales. Cuando más, vulgares y aburridos “socialdemócratas”. Otros más, entre los que tanto abundan y luego se van.