Como en “El parto
de los montes” según Esopo, acudió mucha gente a presenciar el gran
acontecimiento. Pero de los montes solo salió un mísero ratón.
Un ratón fue
también el que parió Podemos, el nuevo partido español. Y como en la fábula,
los que fueron a escuchar las definiciones de Pablo Iglesias, se retiraron
desilusionados. Tanto ruido para nada: Los grandes proyectos de Podemos solo se
diferencian de los de Izquierda Unida o de los del PSOE en una u otra coma. La
misma letanía: estado social, economía social de mercado, redistribución de los
ingresos. Hasta El Mundo y El País estuvieron de acuerdo: De los montes de
Podemos solo salió un ratoncito socialdemócrata.
¿Esperaba alguien
otra cosa? ¿Que por ejemplo Pablo Iglesias se declarara partidario de “la
dictadura del proletariado”, de Stalin y Castro, y presentara un programa de
estatización con deportaciones, trabajos forzados y paredón incluido? Ante el
asombro de los radicales amantes de la música del socialismo del siglo XXl,
Iglesias se declaró partidario del “modelo sueco” (¡!). Evidente, un leve
símbolo para distanciarse de sus desastrosos amigos de Caracas.
¿Hay que concluir
entonces en que en el campo de la izquierda han terminado por imponerse
definitivamente las ideas económicas socialdemócratas? Quién lo hubiera
pensado. Hasta hace algunos años el término “socialdemócrata” era utilizado por
la “izquierda revolucionaria” para insultar a los que disentían del “marxismo
leninismo” y de sus verdades absolutas.
Hoy en cambio
declararse socialdemócrata está de moda. Hay casi un consenso general en contra
del Estado estalinista y del mercado neoliberal. No solo los suecos, hasta
Merkel y Obama son tildados de socialdemócratas. En América Latina ocurre algo
parecido: cuando hay que referirse a Lula o Rousseff, Mujica o Vásquez, Santos
y Humala, Bachelet e incluso Correa, Fernández y Morales, los expertos nos
dicen que son socialdemócratas. Y por si fuera poco, el régimen cubano se apresta
a abrir las puertas de par en par a las inversiones externas. ¿Vamos a hablar
de la social-democratización del castrismo? Desde el punto de vista económico,
no habría otra alternativa. Desde el punto de vista político, y a ese dirige
sus dardos este artículo, está lejos de ser así. Pues vamos a decirlo de una
vez. Es muy diferente referirse a la socialdemocracia en términos económicos
que en términos políticos.
La disociación
entre la socialdemocracia económica y la política arrastra ciertas historias.
Una dice que los partidos socialdemócratas europeos, habiendo sido asegurados
los soportes democráticos en la mayoría de sus naciones, concentraron toda su
atención en temas económicos. Eso explica por qué los dirigentes
socialdemócratas de hoy distan de ser líderes políticos; cuando más, aburridos
expertos financieros. En cierto sentido, después de la derrota del nazismo y
del fin del peligro estalinista, ha tenido lugar en Europa un sostenido proceso
que aquí llamamos “economización de la política”.
Muy diferente era
el cuadro durante el periodo de pre-guerra. Desde los momentos en que las
socialdemocracias fueron divididas desde Moscú por Lenin, ser socialdemócrata
tenía tres connotaciones. Primero, la creencia (marxista-darwinista) de que el
desarrollo de las fuerzas productivas llevaría al socialismo. Segundo, que el
portador genético del socialismo era el proletariado. Tercero que el tránsito
del capitalismo al comunismo debería ocurrir no en contra sino como resultado
de la ampliación de las libertades democráticas. Ahora, nótese: mientras las
dos primeras connotaciones unían a socialdemócratas y comunistas, la tercera
los separaba de modo radical.
La diferencia entre socialdemocracia y
comunismo no era económica sino política. Ser socialdemócrata significaba,
desde el punto de vista político, definirse en contra de toda dictadura o
tiranía. Y bien, con la despolitización de la socialdemocracia europea y su
transformación en una entidad económica-social, las diferencias políticas entre
socialdemócratas y otros partidos fueron relegadas a un lugar secundario. Es
por eso que hoy tantos aparecen como socialdemócratas. Hasta Podemos en España.
Tal vez una tarea
de los demócratas de Europa y de América Latina deberá ser recuperar no el
nombre, pero sí el sentido libertario de la socialdemocracia originaria. Si es
así, deberán enfrentarse con un problema gramatical y político a la vez, y es
el siguiente: La traducción literal al español de la palabra alemana Sozialdemokratie
es absurda. La traducción verdadera debería haber sido “democracia social”. Por
cierto, menos que a la traducción gramatical me refiero aquí a la política
¿Qué significa democracia social? Mucho más
de lo que a primera vista parece. Significa una definición a favor de un orden
político, la democracia. Significa que no lo democrático depende de lo social
sino lo social de lo democrático. Significa, no por último, tomar en cuenta el
hecho de que cada vez que lo democrático ha sido separado de lo social y en
nombre de lo social, la primera víctima ha sido lo social. Lo vemos hoy en
Venezuela. Lo vimos ayer en Cuba. Lo vimos antes de ayer en la URSS.
Puede que Pablo
Iglesias haya logrado presentarse como un socialdemócrata. Lo que no ha logrado
es presentarse como un demócrata social. Vale decir, como alguien dispuesto a
comprometerse en la lucha por las libertades sociales e individuales, decidido
a luchar por los derechos humanos donde estos sean violados, por la separación
irrestricta de los poderes públicos, por la desmilitarización de la política.
Eso significa:
Mientras no escuchemos de las bocas de Podemos una declaración por la
liberación de todos los presos políticos del mundo, sea en Guantánamo o en La
Habana, sea en Damasco o en Caracas, nadie podrá llamarlos demócratas sociales.
Cuando más, vulgares y aburridos “socialdemócratas”. Otros más, entre los que
tanto abundan y luego se van.