La
historia después del comunismo había comenzado en Hungría en 1956. En Polonia
también. O quizás antes. Adam Mischnik, ese lúcido disidente en permanencia que
también es historiador, cree encontrar el orígen de esa historia a partir del
año 1944, cuando Mikolajczyk, dirigente del Partido de los Campesinos y Primer
Ministro del gobierno en el exilio de Londres, viajó a Moscú a conversar con
Stalin acerca de la posibilidad de un "modus vivendi" que permitiera
a Polonia vivir al lado de la URSS a fin de sobrevivir como nación, compromiso
que sería ratificado después en Jalta. Los
orígenes del socialismo en Polonia tienen pues más que ver con geopolítica que
con política.
Sin
esas condiciones geopolíticas, el último país de la tierra que habría adoptado
el socialismo habría sido probablemente Polonia. De este modo, Stalin
encomendaba a la Nomenklatura polaca una misión casi imposible: gobernar. Es
por esas razones que la Nomenklatura polaca, para gobernar, tuvo que ser la más
nacional del bloque socialista. La historia de esa Nomenklatura es una
historia de permanentes concesiones a las organizaciones populares y
eclesiásticas del país, por una parte, y a la URSS por otra.
Mientras las
Nomenklaturas en los demás países socialistas debían cumplir la tarea de
representar, en primera linea, los intereses de la URSS, la polaca era más bien
la mediadora entre intereses nacionales y los del Kremlin. Tal sistema de
compromiso fue estructurado en 1956, cuando como consecuencias de
movilizaciones obreras, sobre todo en Poznan, Gomulka, en cuyo currículum figuraba
el mérito de haber pasado un buen tiempo en las cárceles de Stalin, fue
nombrado Secretario General, levantando la consigna del "nuevo
camino". De acuerdo a esa consigna, se iniciarían reformas
autogestionarias en las empresas, la descolectivización de la tierra, y no por
último, una suerte de "coexistencia pacífica" con la Iglesia
Católica, siendo liberado al cardenal Wyszynski quien ante el escándalo
mundial, se encontraba en la cárcel. Ese
fue, según Mischnik "el único momento en la historia del pueblo polaco en
el que un dirigente comunista era al mismo tiempo dirigente de toda la
nación"
Precisamente la identificación popular con
un representante de la Nomenklatura fue un factor que debilitó al movimiento
de protesta polaco, pero al mismo tiempo, como ocurriría repetidas veces en la
historia del país, evitó también que la URSS consumara una invasión, parecida a la de
Hungría. Gomulka, levantando una platafora similar a la de Nagy, no adoptaba
una posición titoísta. Por lo demás la URSS debía elegir. No podía darse el
lujo de invadir a dos países al mismo tiempo. En cierto modo, Nagy salvó a
Gomulka.
A
partir de 1956, a diferencia de los demás países socialistas, la historia
polaca sería construída a partir de una confrontación negociada que incluía a
muchos actores (el Partido, la Iglesia, los sindicatos, los intelectuales, y
no olvidar, los campesinos). No hay dos historias como en el caso húngaro, sino
que sólo una que se reproduce a partir de la confrontación de varias.
Más que
Nagy, quien apostó al rupturismo; más que Kadar, que hizo del oportunismo
pragmático un programa, el verdadero precursor de la ideología del
"comunismo reformado" fue Gomulka. También sería el primero, 14 años
después de haber llegado al poder por aclamación popular, en enterrarla,
terminando su gobierno con la masacre a los obreros de las ciudades costeras
del país. Si bien el comunismo reformado terminó con Gomulka, no terminó la
política de no confrontación directa que asumiría estrategicamente el KOR
(Comité de Defensa de los Trabajadores).
Hoy, mirando la historia polaca en
retrospectiva, lo que más llama la atención es la capacidad de sus actores para
imponer la hegemonía de la política aún en los momentos más tensos. Es que un
país que vive aplastado entre Rusia y Alemania tiene necesariamente que
producir buenos políticos, esto es, personas que saben dialogar, transar,
negociar, buscar compromisos, y resolverlos a su debido momento mediante otros
compromisos. Y lo dicho vale no sólo para los intelectuales; también para esos
excelentes políticos que fueron los obispos, y sobre todo, ese talento político
que demostró poseer Walesa y su movimiento; pero también el general
Jaruzelsky fue un buen político e incluso, la Nomenklatura, la institución
menos política de todas, producía en determinados momentos buenos
negociadores.
Pero no
sólo aprendían de su historia las fuerzas disidentes polacas; también dieron
grandes muestras de saber aprender de la de los demás países socialistas.
Después de 1956, pero sobre todo, después de los acontecimientos de 1968 en
Praga, captaron que la confrontación no debía tener lugar en las calles, sino en todos los rincones de "producción de lo social". Esto es,
eran concientes de que su lucha debía ser librada a largo plazo, y que no debía
poseer ningún carácter épico, sino que, valga la redundancia, político.
En cierto modo puede decirse que en Polonia fueron llevados a la práctica las propuestas políticas de Antonio Gramsci. Para los disidentes no se trataba en primera linea de conquistar el poder político, sino que espacios de lo social mediante la política, y no por último, de la cultura."Construyamos una sociedad autogestora en el seno de un Estado totalitario" fue la consigna de ese especialista en buenas consignas que es Jacek Kuron. De este modo, ya en los años setenta, durante la infortunada administración de Gierek, aún antes de que surgiera Solidarnosc, quedó establecido un contrato social tácito que se expresaba más o menos en los siguientes términos. El poder pertenece al Partido en el Estado. La hegemonía pertenece a la oposición en la sociedad.[1]
El
pueblo polaco no culminó su revolución en 1989. Ella alcanzó su momento más
alto en 1980, cuando en los astilleros de Danzig, Gdigen, Stettin y Ebbing,
tuvo lugar la primera revolución obrera de Europa, ironicamente en contra del
socialismo y bajo el nombre unitario de Solidarnosc.
Solidarnosc a su vez, fue
la cristalización definitiva del poder obrero acumulado en largas y a veces
sangrientas jornadas como las de 1956, 1970 y 1976. Desde el momento en que
surgió Solidarnosc terminó para siempre una mentira en que se apoyaba el
régimen, a saber: que el Partido representaba a los trabajadores.
Rapidamente,
la revolución obrera de 1980 alcanzaría un carácter democrático al vincularse
con múltiples organizaciones, culturales, políticas y eclesiásticas que ya
habían hecho su entrada en la era después del comunismo. En otros términos:
Solidarnosc, de sindicato obrero, pasó a ser el Partido del pueblo polaco en movimiento. Fue en ese tiempo cuando
Jacek Kuron del KOR, hizo pública la inteligente consigna "No incendies
ningún local del Partido. Funda uno". Quería decir: "multiplicad los
comités de Solidarnosc".[2]
Solidarnosc
había nacido como sindicato. Después fue el Partido de la revolución
democrática. Inevitablemente tenía que alcanzar su última, y en 1980, imposible
fase: la de movimiento de liberación
nacional.
El
golpe de Estado del general Jaruzelsky tuvo desde sus inicios un doble
carácter. Por una parte representaba la contrarevolución de los generales para
salvar "el socialismo". Por otro lado era la alternativa para que la
URSS no invadiera al país. Con razón Jaruzelski es el único gobernante del
mundo a quien nunca se ha visto sonreir. No tenía ningún motivo. Su posición
era la menos envidiable: encarnación del contrarevolucionario, del golpista,
del comunista y del patriota, al mismo tiempo. Muchos disidentes fueron a parar
a las cárceles durante su gobierno; pudieron haber sido muchos más. Era quizás
el precio módico que había que pagar para que en Polonia no se hubiése cometido
una de las carnicerías más espantosas del siglo.
Durante el gobierno Jaruzelsky, hasta 1989, tendría lugar en Polonia una "guerra de desgaste" entre el Estado y las fuerzas más representativas de la nación. Esa guerra la han perdido todos. Sin las energías ni el entusiasmo de 1980, Solidarnosc, desdibujada después de tantas concesiones, ha llegado al poder detrás de Masowieki primero, con Walesa después, probando que para Polonia no había otra alternativa de gobernabilidad. Pero los héroes de ayer están cansados. El pueblo también. La llegada de Solidarnosc al gobierno se pareció al de esas parejas que habiéndose amado desde lejos toda la vida, al final se encuentran; pero cuando ya no son más jóvenes.
La
mayoría del pueblo polaco sabe lo que debe a Gorbachov: la independencia
nacional. Pero, y la pregunta es historiograficamente válida: ¿Habría sido
posible Gorbachov sin la revolución de Solidarnosc en 1980? La expresión más
nítida del quiebre del comunismo en la periferia soviética fue sin dudas la
Polonia de 1980. A partir de ahí, las alternativas para la Nomenklatura
soviética estaban claras: o regir militarmente en contra de los llamados países
socialistas, o intentar conquistarlos, mediante un proyecto de liberalización
política, a riesgo de perderlo todo. Gorbachov eligió la última alternativa. Y
lo perdió todo.
Texto extractado y resumido del libro "El Orden del Caos, Historia del fin del Comunismo"" de Fernando Mires. Editorial Araucaria, Buenos Aires, 2005.
[1] En una
entrevista, el dirigente de Solidarnosc Bogdan Borusewicz respondió habilmente
a la pregunta relativa al rol dirigente del Partido, en un tiempo en que
desconocerlo era motivo para ir a la cárcel (noviembre de 1980): "El rol
del Partido es dirigente, pero en el Estado". Con ello quería decir: la
"sociedad" no pertenece al Partido.
[2] El mismo Kurón
establecía en 1980: "Hemos liquidado el antiguo sistema. El sistema se
basaba sobre el monopolio del Partido en tres aspectos: el de la organización,
el de la información y el de la decisión. Bajo esas condiciones funcionaba
nuestra sociedad hasta agosto de 1980" .