Cuando los conceptos socioeconómicos y políticos no son
suficientes para captar el curso de los fenómenos, los observadores piden
prestado conceptos a otras disciplinas, lo que es legítimo. El conocimiento
debe ser multidisciplinario o no ser. En ese sentido la recurrencia al concepto
de “fobia” para caracterizar a la actual irrupción de los partidos populistas
europeos, es acertada. Todos esos partidos son fóbicos: xenofóbicos,
eurofóbicos y algunos, homofóbicos.
Las fobias son aversiones a determinados objetos. Los
objetos de las fobias –una de las enseñanzas de Freud- son sustitutivos, es
decir, el objeto de la fobia reemplaza al objeto que produjo la aversión (o al deseo aversionado).
Ahora, si aceptamos la idea también freudiana de que el ser humano es miedoso
por naturaleza, tener una que otra fobia es más bien normal. El problema
aparece cuando el objeto de la fobia adquiere una representación persistente
hasta el punto en que se convierte en determinante de la conducta, sea esta
individual o colectiva.
La xenofobia oculta en la forma del aversión al
extranjero el miedo a lo extraño y ese, a “lo otro” que atraviesa nuestras
vidas desde que supimos que íbamos a morir. La eurofobia de los propios
europeos actúa así frente al miedo a la pérdida del “yo” es decir, de la
identidad local (nacional, cultural, idiomática, familiar). Sobre esos puntos
han insistido diversos analistas. De ahí que la receta del “euro-populismo”, la
de expulsar a lo “extraño” y volver a esa patria-familia imaginaria habitada
solo por “los nuestros”, sea tan eficaz.
En algunos casos la fobia puede ser complementada con un
avanzado narcisismo (amor al yo o al nosotros). “Nosotros, si somos tan
liberales, no podemos aceptar a culturas impregnadas por el Islam” proclama el
islamofóbico Geert Wilders en Holanda. El mensaje surte efecto: en nombre de la
libertad del “nos-otros” serán limitadas las libertades de “los otros”.
La tarea de los analistas, así como la de los políticos
democráticos, no es por lo tanto suprimir o anular el miedo-odio (en la mayoría
de los casos es imposible) sino re-localizarlo en el objeto que le dio origen
(suponiendo que este exista, diría Lacan). El problema es que esos políticos
son una mercancía muy escasa.
La ausencia de políticos en condiciones de localizar el
lugar y el objeto que producen las aversiones colectivas es decir, de políticos
capaces de nombrar las cosas por su nombre, es un tema que preocupa a Timothy
Garton Ash en su artículo ¿“Conseguirá Europa despertar? publicado
dos días después de las elecciones al Parlamento Europeo. (EL País, 27 de Mayo)
Con vehemencia Garton Ash se refiere al peligro que
significaría para Europa si personas como Jean Claude Juncker siguieran a la
cabeza de la U E. Para Garton Ash, Juncker es un simple administrador, no un
político. Pero –es la pregunta obvia– ¿Es Martin Schulz mejor? Al escuchar las
alocuciones pre-electorales de los candidatos uno tenía la impresión de que
ambos hacían lo posible para hablar mucho sin decir nada.
En Europa hay no pocas razones para sentir
miedos. Pero esas razones han sido desviadas por los populismos fóbicos hacia
objetos sustitutivos. La tarea de los políticos demócratas es entonces
encontrar las razones reales que producen los miedos. Eso implicaría
confrontarse con la realidad, la que, por supuesto, no siempre es bella.
Imposible no recordar a Max Weber cuando en su clásico
texto “Política como Profesión” anotaba que la conversión de la política
en práctica burocrática es la condición que prepara el camino a los peores
demagogos. Así paso justamente en la Alemania que Max Weber no alcanzó a vivir.
Así puede pasar también en la Europa del siglo XXl –lo dice con su autoridad de
historiador- Garton Ash.
No decir la verdad se paga muy caro en política. Pero hay
dos modos de no decir la verdad: Uno es sustituir al objeto de la verdad por un
objeto de la mentira y eso es lo que hace el populismo fóbico. El otro es
callar sobre la verdad y eso es lo que hacen los burócratas que controlan la
maquinaria de la UE. En cierto modo, existe entre ambos sectores, un maligno
complemento.
Se puede estar por ejemplo en contra o a favor de Putin, pero no se puede hacer como si Rusia
o Ucrania no existieran. Se puede estar a favor o en contra de la llegada de
más extranjeros, pero no se puede callar que Europa en su debido momento no
brindó apoyo a los rebeldes sirios. Hoy miles de sirios llenan los edificios
para refugiados. Pronto vendrán miles de egipcios huyendo de la terrible
dictadura militar que asola a su patria con el consentimiento de EE UU y la EU.
Se puede estar a favor o en contra de EE UU, China, y
Japón, pero no se puede negar que la política mantenida por sus estados con
respecto al medio ambiente es suicida. Se puede depender del gas ruso o de
empréstitos chinos, pero eso no obliga a
callar frente a la sistemática violación a los derechos humanos que
ocurre en China o Rusia. Sobre la base de la hipocresía y la desidia burocrática representada por la carísima UE, son alimentadas no pocas fobias
políticas de nuestro tiempo.
El momento es peligroso. Porque una cosa es que en Europa
existan partidos fóbicos -siempre los ha habido- y otra muy distinta es si estos comienzan a articular entre sí
sus respectivas fobias.
Hay por cierto quienes minimizan el problema argumentando
que cada partido fóbico es distinto al otro: que no se puede comparar, por
ejemplo, a los “civilizados” de Holanda y Gran Bretaña con los nazis
de Grecia y Hungría. Quizás hay que recordar que el fascismo de Mussolini, el
cual se autodefinía como una variante del socialismo, era diferente al rabioso
ultranacionalismo de Hitler y, a la vez, ambos muy diferentes al integrismo
militar-cristiano de Franco. Eso no impidió que los tres unieran sus destinos.
Hoy vemos a Marine Le Pen, enemiga del divorcio y
contraria al matrimonio homosexual, en alianza con el “liberal-islamofóbico”
Geert Wilders, quien se dice defensor de los derechos de los homosexuales y de
la libertad corporal. Quizás pronto, el catolicismo antisemita de Hungría
convergerá con el cristianismo ortodoxo y homofóbico de Rusia.
El miedo y el odio suelen producir lazos más profundos
que el amor y la razón. Esa es al menos una de las lecciones que nos deja la historia
de la Europa Moderna. Incluyendo en esa historia a los excelentes libros escritos por
Timothy Garton Ash.