No, no se trata de una analogía. No en todo caso de una
que tome elementos sueltos y construya similitudes ignorando diferencias entre
dos o más fenómenos paralelos. Es algo distinto. Se trata de constatar como en
lugares diferentes del planeta está teniendo lugar una subversión en contra del
difícil avance de la democracia.
No estamos hablando de un hecho nuevo. En
cierto modo siempre ha sido así desde que en los EEUU primero, en Francia
después, estallaron las “revoluciones madres” que dieron origen al occidente
político de nuestro tiempo. A partir de ese momento las contrarevoluciones
antidemocráticas no han cesado, una tras otra, de suceder. Pero hasta ahora,
pese a terribles derrotas parciales, los principios políticos declarados en los
EEUU (1776) y renacidos en las calles de París (1789), han terminado por sentar
su hegemonía en el mundo.
Desde una perspectiva macro-histórica, la Santa Alianza
contraída por Austria, Rusia y Prusia (1815) pretendió erigirse como el primer
dique de contención en contra del proyecto democrático nacido en dos
continentes. Pero fueron las dos grandes contrarevoluciones antidemocráticas
del siglo XX, la nazi y la estalinista, las que estuvieron a punto de cerrar
definitivamente el ciclo democrático en Europa. Mas, pese a millones y millones
de muertos, no lo lograron.
El nazismo fue aplastado por una alianza militar
inter-continental. El estalinismo comenzó a desmoronarse en la década de los
sesenta gracias al “deshielo” de Nikita Kruchev. Las rebeliones democráticas
habidas en Polonia, Hungría y la RDA durante la década de los cincuenta, y en
Checoeslovaquia en 1968, antecedieron a la segunda ola revolucionaria que
culminó con la caída del Muro de Berlín (1990). Gorbachov hubo de extender el
acta de defunción del comunismo mundial. China se transformó en la segunda
potencia capitalista. Las reformas del húngaro Kadar, las sublevaciones de
Solidarnosc y Valesa en Polonia, Carta 77 y Havel en Checoeslovaquia, y otras
similares, parecieron consagrar a la democracia en Europa Central y del Este.
En América Latina a su vez, coincidiendo (de modo no
casual) con el derribamiento de las tiranías comunistas europeas, tuvo lugar el
declive de las dictaduras militares de Seguridad Nacional (primero en Brasil,
después en Uruguay, Chile y Argentina). Hacia fines del siglo XX con excepción
de Cuba –al igual que Corea del Norte, una reliquia de la Guerra Fría– ya no
había más dictaduras latinoamericanas. El continente de los militares golpistas
parecía seguir -y no por primera vez- el ejemplo europeo. No pocos pensaron que
estábamos llegando al “fin de la historia”. Evidentemente, no fue así. Aún
falta largo trecho por recorrer.
Los primeros decenios del siglo XXl amanecieron marcados
con el signo de la contrarrevolución antidemocrática. En algunos países de
Europa del Este, particularmente en Hungría y Rumania, fuerzas retrógradas se
han hecho del poder. La mayoría de las repúblicas que constituían la antigua
URSS han caído bajo la férula de feroces autocracias, y Putin no oculta su
proyecto de restaurar el antiguo imperio sobre la base de la Federación
Euroasiática formada inicialmente por Rusia, Bielorrusia y Kasajastán. Georgia
ya fue anexada a sangre y fuego (2008) y Crimea es solo el comienzo de un
proyecto de apropiación territorial de Ucrania por parte de la Rusia de Putin.
La Rusia pro-europea de Gorbachov y Jelzin ha llegado a
su fin. La Rusia de Putin es una nación que práctica –lo dijo muy bien
Ángela Merkel- una política imperial del siglo XlX. Le faltó agregar: “pero con
las armas del siglo XXl”.
No es casualidad que los aliados extra-continentales más
fieles a Putin sean dos gobiernos profundamente antidemocráticos: el del
carnicero Asad de Siria y el del binomio pro-dictatorial Cabello/ Maduro en
Venezuela.
El sistema político venezolano fundado por Chávez se
parece como una gota de agua a otra, al fundado por Putin. En ambos el Estado
ha sido secuestrado por el gobierno; los poderes públicos han sido sometidos al
ejecutivo; los poderes fácticos, particularmente los militares, dominan por
sobre los constitucionales; los grupos para-militares hacen el trabajo sucio de
la policía oficial; los sistemas de represión, delación y espionaje han sido
perfeccionados: en Rusia, gracias al andamiaje totalitario en el cual se
formó el mismo Putin y en Venezuela, gracias a los servicios de “inteligencia”
que proporciona Cuba. Y no por último, en las elecciones, los opositores han
debido enfrentar no a candidatos opuestos, sino a todo el aparato electoral del
Estado.
Del mismo modo, la similitud en la política exterior que
practican ambos gobiernos es notable. No hay tirano en la tierra que no sea
amigo de ambos. A la vez, mientras Rusia es el centro de un conjunto de
satélites subsidiados desde Moscú, Venezuela es el centro de una alianza conformada
por los países del ALBA. Mientras Putin usa el
gas como arma estratégica para neutralizar a las naciones de Europa,
Cabello/Maduro usa el petróleo en América Latina.
Por cierto, hay algunas diferencias. La principal radica
en que mientras Putin enfrenta a un conglomerado de naciones en las cuales la
democracia ha echado raíces profundas, el binomio Cabello/Maduro recibe el
apoyo de naciones en las cuales el ideal democrático es todavía muy
superficial. Pero a la inversa, mientras Putin ha logrado por el momento
aplastar a la oposición democrática interna, el binomio Cabello/Maduro, sin el
encanto populista del comandante finito, solo tiene dos alternativas: O dialoga
de igual a igual con una oposición cada vez más creciente, o elige la vía
ultrarepresiva de las antiguas dictaduras militares.