Puede ser una coma y un cero, la
diferencia será siempre ínfima.
Como si la política fuera
una actividad geométrica la población electoral venezolana -ya antes del 8D- ha
sido dividida en dos mitades casi exactas. Si a ello agregamos un cuarenta por
ciento de esa ciudadanía a la que importa un rábano la política, cualquier
gobierno que se diga revolucionario -cualquiera menos el de Maduro- debería
sentirse humillado y ofendido. Porque ese es el resultado plebiscitario de las
elecciones del 8D: En Venezuela es imposible una revolución. Así habló el
pueblo.
A nadie que no resida en un
manicomio, ni siquiera a un chavista cuando está a solas, se le podría ocurrir
que con una mitad electoral gobiernera, con otra mitad electoral en activa
oposición y con un por lo menos 40% de absoluta indiferencia, es posible
imponer a troche y moche un sistema que ha fracasado en todo el mundo. O una
revolución es totalmente mayoritaria o nunca será una revolución; cuando más un
golpe de estado, civil o militar. O ambos a la vez.
Toda elección nacional es
un plebiscito, se quiera o no. Mucho más plebiscitaria es cuando solo hay dos
opciones. De modo que, y en contra de la opinión de tantos mariscales
post-electorales, hay que decir que Capriles no inventó la idea del plebiscito.
Si alguien la inventó fue Chávez.
No hubo ninguna elección
durante el largo mandato de Chávez a la que él no hubiera conferido carácter
plebiscitario. Capriles solo continuó la tradición. Debía incluso hacerlo. Si
ya había cuestionado -y con toda razón- la legitimidad de las elecciones del
14A, cualquiera elección después de esa fecha habría tenido objetivamente un carácter plebiscitario. Y bien, ese es el punto: El plebiscito del
8D lo perdió el gobierno. Lo perdió en términos cuantitativos al no
obtener mayoría absoluta, y lo perdió en términos cualitativos al ser derrotado
en las ciudades más importantes del país.
Ahora, en cualquier país
normal, cuando se produce una situación de empate, las dos partes tienden a
establecer un pacto destinado a despolarizar el ambiente y crear mínimas
condiciones de gobernabilidad. Pero Venezuela no es un país normal. Todo lo
contrario. El discurso de Maduro del 8D fue el de un hombre que tiene detrás de
sí, delirando de pasión por su persona, a más del 80 por ciento de la
ciudadanía. Razón de más para pensar que definitivamente no va haber dialogo.
Por el contrario, va a continuar la represión a los medios; los adversarios
serán declarados delincuentes, agredidos, insultados; muchos irán presos, y las
instituciones seguirán secuestradas por una secta fanática incrustada en el
Estado. Así lo dio a entender Maduro.
El problema es que si
analizamos el tema desde un punto de vista militar y no político, Maduro tiene
cierta razón. Pues todo dialogo es una negociación sobre la base de
relaciones de poder. Sin negociación, obvio, no hay dialogo. Y bien: ¿Qué puede
negociar la oposición con Maduro? La oposición no controla ningún poder
fáctico, ningún poder estatal, ningún gran medio de comunicación, ninguna
central sindical, ninguna parte del ejército, y pese a que representa a la
mayoría ciudadana en la Asamblea Nacional, su nominalidad es minoritaria. Solo
tiene detrás de sí a una inmensa cantidad de electores, a las mentes más
esclarecidas del país, a los principales intelectuales, a los mejores
profesionales. Pero eso no se puede negociar. Para negociar se requieren dos
partes políticas y el gobierno de Maduro es profundamente antipolítico. Ahí
está la raíz. No habiendo diálogo solo puede haber confrontación.
Estamos hablando de una
confrontación anunciada. Lo han dicho moros y cristianos. Pero -es la novedad-
no será una nueva confrontación política pues ésta solo se da en Venezuela
durante periodos electorales. Será una confrontación en el espacio social. Más
evidente aún si tomamos en cuenta que la realidad económica le pasará la cuenta
a las aberraciones de Maduro, sobre todo a aquellas destinadas a controlar los
precios a punta de bayonetas. Escasez, pérdida de fuentes de trabajo,
inflación, mercado negro, informalización cambiaria, son solo algunas de
las expresiones que asumirá en 2014 la crisis económica inducida por el
chavismo y el madurismo.
La pregunta es entonces
¿posee la MUD, o la oposición en general, dispositivos que le permitan
conectarse con las movilizaciones sociales que ya tienen lugar en Venezuela?
Venezuela debe ser el país
latinoamericano en donde hay más protestas sociales. Las huelgas, los paros,
las tomas de calle y carreteras, las guarimbas, todo eso es pan de cada día.
Gran paradoja es que Venezuela debe ser también el país latinoamericano en el
cual las movilizaciones sociales tienen el más bajo nivel político. No solo no
se conectan entre sí. Hay, además, una carencia casi total de organismos populares en condiciones de coordinar regional y nacionalmente las luchas
sociales.
Si en algo tuvo éxito la
administración Chávez fue haber destruido las organizaciones independientes
de trabajadores convirtiendo a la mayoría de ellas en simples dependencias del
Estado. Con ello rompió la espina dorsal de la sociedad venezolana. En la
Venezuela de hoy no hay nada que sea parecido a lo que fue la CGT argentina, a
los sindicatos automotrices de Sao Paulo, a la CUT de Chile, a la COB
boliviana.
No se trata por cierto de
suscribir la afirmación de Lenin relativa a que en cada huelga se esconde
la hidra de la revolución. Pero en cada huelga sí se esconde un mínimo de
potencial político. Mas no en Venezuela. Allí puede haber cientos de
protestas sociales al día sin que ninguna raspe la piel del más grande
empresario capitalista del país: el Estado chavista.
El problema es mayor si se
considera que el malestar social solo ha podido, hasta ahora, articularse
a través de lo político sin que lo político sea articulado a través de lo
social.
La misma MUD creó sus
fuerzas en grandes eventos electorales. Gracias a las elecciones la MUD llegó a
ser la organización opositora más poderosa de todos los países del ALBA.
Gracias también a las elecciones aparecieron excelentes líderes políticos pero
muy pocos líderes sociales. ¿Tendrán los actuales líderes políticos capacidad
para entender las demandas sociales y dar a ellas alguna orientación política?
Es la pregunta decisiva.
Tanto más decisiva si
consideramos que ante la ausencia de convocatorias políticas las movilizaciones
sociales no pasan de ser simples estallidos anómicos. El Caracazo (1989) como
el Bogotazo en Colombia (1948), ocurrieron como cualquier "azo", no
gracias a la existencia de conducción política, sino a su ausencia.
Estallidos que solo conducen a la militarización de las calles, o a masivas
represiones cuya sangre pavimenta el camino que lleva a los gorilas al poder.
El desafío que enfrentará
la oposición durante 2014 será entonces todavía más grande que ganar una
elección.
La luchas del 2014 no
estarán centradas en plazas citadinas sino al interior de cada fábrica, recinto
comercial, dependencias públicas y asambleas populares. Será también la
oportunidad para que las numerosísimas luchas sociales venezolanas adquieran
ese contenido político del que hoy carecen. Y a la vez, para que la oposición
desarrolle una vocación social que todavía no ha podido demostrar. Si esa
oportunidad es bien aprovechada, el mismo Maduro se verá obligado a hacer lo
que más detesta: dialogar.
En política un dialogo no
se solicita: se impone.