Atrás
los tiempos cuando intentaba probar a sí mismo y al mundo su casi innata
genialidad. Escribir como desesperado, innovar estilos y formas, escandalizar
mentes beatas con crímenes nefastos y maldades abominables; o con el sexo
desatado rompiendo todo límite del pudor; o con sagas hermosas y voluminosas, o
con la siempre punzante crítica social que nunca lo abandonó.
Hoy
–después de haber tocado las puertas del cielo- se puede dar el lujo de
escribir por escribir, o solo para entretenerse. E incluso componer un
divertimento literario. Otra cosa no es "El Héroe Discreto": Un libro
en donde Mario Vargas Llosa asume con seriedad premeditada el peor estilo de
los culebrones televisivos con el objetivo nada criticable de divertirse y
divertir. Esa loable intención justifica de por sí a "El Héroe
Discreto".
A
muchos autores les ha sido concedida la gracia divertidora. Pero para escribir
un divertimento como “El Héroe Discreto” hay que haber escrito antes grandes
novelas, quizás divertidas, pero no solamente divertidas. Distinto es el caso
de un autor que intenta escribir una gran obra y le resulta un divertimento. O
esos que solo saben escribir divertimentos que no divierten. No voy a nombrar a
Paulo Coelho.
La
Palabra italiana divertimento viene de la música del siglo XVll. Grandes compositores
fueron “divertementistas”. Haydn y Mozart a la cabeza. Pero no todos los
grandes compositores cultivaron el género. Es difícil imaginar un divertimento
en Beethoven, tan patético. Mucho menos en Mahler quien si hubiera querido
componer uno le habría resultado un adagio melancólico. Brahms en cambio se
divertía componiendo conciertos con música gitana, a su modo, divertimentos
serios, como serio era Brahms. En fin, hay quienes no escribieron divertimentos,
unos porque no podían, otros porque no querían. Algunos como Boccherini lo
hicieron porque simplemente no sabían hacer otra cosa. Lo mismo sucede en la
literatura.
Un
divertimento no siempre está asociado a una baja calidad artística. Cierto es
que en la música es compuesto para pocos instrumentos y en la literatura para
pocos personajes. Del mismo modo, todos deben contener, si no un elemento
jocoso, por lo menos uno lúdico. Y “El Héroe Discreto” contiene ambos, sin
duda.
Normalmente
los grandes compositores y escritores usan sus divertimentos para ensayar
formas, anticipar contenidos, jugar con notas o con palabras. En cierto modo el
divertimento literario es casi un género subsidiario de la novela, pero,
cuidado, no es un novelón. Hay divertimentos magistrales. Como Mozart, Vargas
Llosa escribió varios.
“Pantaleón
y las Visitadoras” todavía hace reír. Más todavía: El gran escritor ha sabido
usar personajes cómicos para introducirlos en tramas en el fondo trágicas. Es
el caso del cabo Lituma y del teniente Silva -versiones piuranas de Sherlock Holmes y
Watson y a quienes Vargas Llosa ascendió a sargento y capitán en “El Héroe
Discreto”. La función de Lituma y Silva en estas como en otras narraciones es
similar a la de los bufones de los reyes medievales, la de revelar verdades
horrorosas en simple tono de farsa. Así que cuidado con los divertimentos. No
son solo para divertirse.
Un
divertimento no se lo puede permitir cualquier autor. Hay que tener
detrás de sí por lo menos una obra magna. Y Vargas Llosa tiene demasiadas: “La
Ciudad y Los Perros”, “La Casa Verde”, “Conversación en la Catedral”, “La
Fiesta del Chivo” y, sobre todo, “La Guerra del Fin del Mundo”, son verdaderas
sinfonías literarias, circundadas por otras muchas novelas, excelentes conciertos
para pluma sin orquesta y por cierto, uno que otro divertimento, género que
domina Vargas Llosa con proverbial versatilidad.
No
existe en la literatura moderna alguien más versátil que Vargas Llosa. Ni
siquiera John Updike, quien fuera también tremendamente versátil. No me refiero
sólo al reconocido dominio de los géneros -cuento, novela, teatro, ensayo- del
que hace gala Vargas Llosa (aunque nunca le conocí un poema). Me refiero
también a su versatilidad temática. Pues Vargas Llosa no es uninovélico, como
tantos grandes escritores, sino polinovélico.
Ha
habido grandes escritores uninovélicos, es decir, los que solo han escrito una
gran novela sin que ninguna de las que escribieron después haya alcanzado su
altura. Grandes uninovelistas fueron en EE UU, J.D. Salinger con “El Guardián entre el Centeno” y Norman Mailer
con “Los Desnudos y los Muertos”. El primero enfermó. El segundo sufrió toda su
vida al nunca poder igualar a su obra maestra. En Alemania tenemos un caso
patético: Günter Gras. El pobre ha escrito y escrito. Pero cuando se nombra a Gras sólo nos acordamos de “El Tambor de Hojalata”. Lo demás, para el
olvido.
En
América Latina hay muchos uninovelistas. Arguedas es “Los Ríos Profundos”.
Cortazar, quizás porque murió joven, es “Rayuela”. Juan Rulfo es “Pedro
Páramo”. Y García Márquez, el último de los grandes escritores agrarios,
siempre será recordado por sus “Cien años de Soledad” y no por otras excelentes
novelas que rodean a su obra reina. Y no por último, Roberto Bolaño, quien estaba
destinado a ser el más grande de todos (quizás ya lo es) al irse tan pronto
será recordado solo como un gran bi-novelista. Vargas Llosa en cambio, en su ya
extensa e intensa vida, ha sido siempre polinovélico. Pero, además, ha sido
politemático.
Vargas
Llosa puede abordar los temas más diversos, no está fijado a condiciones de
tiempo y lugar, y por si fuera poco junta a tanta virtud una capacidad de
investigación, estudio y trabajo que en novelas como "El Hablador", “El
Paraíso en la otra esquina” y el
"Sueño del Celta" ha llegado a opacar a la misma trama literaria. Y
hoy, algo menos joven, nos obsequia otro de sus excelentes divertimentos que
es, o así parece ser, un homenaje del escritor a sus personajes más queridos.
“El
Héroe Discreto” podría haber sido uno de los mejores divertimentos de Vargas
Llosa; quizás el mejor. Los cambios de escena y tiempo en un mismo contexto son
magistrales. Ni Faulkner lo hacía tan bien. La imitación del lenguaje de los
diálogos telenovelísticos es casi perfecta. Los paisajes de la Piura
modernizada quedan grabados en la mente. Los dos viejos calentones son una
invitación a seguir viviendo. El sagaz capitán Silva y su obsesión por los
culos grandes de mujeres gordas, hace reír con ganas. Y Lituma, siempre
sensible, querendón y compasivo. Por eso y mucho más es inevitable preguntarse:
¿Qué habrá pasado por la cabeza de
Vargas Llosa al introducir en su divertimento esa insípida historia de Fonchito
y su aparecido Edilberto Torres, una historia no solo mal escrita sino, lo que
es peor, aburrida? Sí, definitivamente aburrida.
Decía
el ex papa de la literatura alemana, Marcel Reich- Ranicki: A un escritor se le
puede perdonar todo, menos que aburra. Y bien, la historia de Fonchito no solo
aburre: Hace recordar pasajes de la peor novela de Vargas Llosa. Me refiero a
“Los Cuadernos de Don Rigoberto”, novela sin la cual Vargas Llosa sería todavía
más grande de lo que es. Del mismo modo, sin Fonchito, “El Héroe Discreto”
habría sido un relato excelente. Con Fonchito es apenas discreto. De este modo
Vargas Llosa nos ha demostrado que no solo sabe escribir bien. Además,
demuestra que, aunque muy de vez en cuando, también sabe escribir mal. Y quizás
es bueno que así sea. Gracias a esa cualidad lo vemos más humano. Después de
todo, es su derecho de gran escritor.
Como
hizo decir Billy Wilder a Jack Lemmon (“Some like it hot”): Nobody is
perfect. Vargas Llosa podría haber agregado en el divertido lenguaje de
Piura: ¡Che guá!