Fernando Mires - UN DISCRETO DIVERTIMENTO


Atrás los tiempos cuando intentaba probar a sí mismo y al mundo su casi innata genialidad. Escribir como desesperado, innovar estilos y formas, escandalizar mentes beatas con crímenes nefastos y maldades abominables; o con el sexo desatado rompiendo todo límite del pudor; o con sagas hermosas y voluminosas, o con la siempre punzante crítica social que nunca lo abandonó.
Hoy –después de haber tocado las puertas del cielo- se puede dar el lujo de escribir por escribir, o solo para entretenerse. E incluso componer un divertimento literario. Otra cosa no es "El Héroe Discreto": Un libro en donde Mario Vargas Llosa asume con seriedad premeditada el peor estilo de los culebrones televisivos con el objetivo nada criticable de divertirse y divertir. Esa loable intención justifica de por sí a "El Héroe Discreto".
A muchos autores les ha sido concedida la gracia divertidora. Pero para escribir un divertimento como “El Héroe Discreto” hay que haber escrito antes grandes novelas, quizás divertidas, pero no solamente divertidas. Distinto es el caso de un autor que intenta escribir una gran obra y le resulta un divertimento. O esos que solo saben escribir divertimentos que no divierten. No voy a nombrar a Paulo Coelho.
La Palabra italiana divertimento viene de la música del siglo XVll. Grandes compositores fueron “divertementistas”. Haydn y Mozart a la cabeza. Pero no todos los grandes compositores cultivaron el género. Es difícil imaginar un divertimento en Beethoven, tan patético. Mucho menos en Mahler quien si hubiera querido componer uno le habría resultado un adagio melancólico. Brahms en cambio se divertía componiendo conciertos con música gitana, a su modo, divertimentos serios, como serio era Brahms. En fin, hay quienes no escribieron divertimentos, unos porque no podían, otros porque no querían. Algunos como Boccherini lo hicieron porque simplemente no sabían hacer otra cosa. Lo mismo sucede en la literatura.
Un divertimento no siempre está asociado a una baja calidad artística. Cierto es que en la música es compuesto para pocos instrumentos y en la literatura para pocos personajes. Del mismo modo, todos deben contener, si no un elemento jocoso, por lo menos uno lúdico. Y “El Héroe Discreto” contiene ambos, sin duda.
Normalmente los grandes compositores y escritores usan sus divertimentos para ensayar formas, anticipar contenidos, jugar con notas o con palabras. En cierto modo el divertimento literario es casi un género subsidiario de la novela, pero, cuidado, no es un novelón. Hay divertimentos magistrales. Como Mozart, Vargas Llosa escribió varios.
“Pantaleón y las Visitadoras” todavía hace reír. Más todavía: El gran escritor ha sabido usar personajes cómicos para introducirlos en tramas en el fondo trágicas. Es el caso del cabo Lituma y del teniente Silva -versiones piuranas de Sherlock Holmes y Watson y a quienes Vargas Llosa ascendió a sargento y capitán en “El Héroe Discreto”. La función de Lituma y Silva en estas como en otras narraciones es similar a la de los bufones de los reyes medievales, la de revelar verdades horrorosas en simple tono de farsa. Así que cuidado con los divertimentos. No son solo para divertirse.
Un divertimento no se lo puede permitir cualquier autor. Hay que  tener detrás de sí por lo menos una obra magna. Y Vargas Llosa tiene demasiadas: “La Ciudad y Los Perros”, “La Casa Verde”, “Conversación en la Catedral”, “La Fiesta del Chivo” y, sobre todo, “La Guerra del Fin del Mundo”, son verdaderas sinfonías literarias, circundadas por otras muchas novelas, excelentes conciertos para pluma sin orquesta y por cierto, uno que otro divertimento, género que domina Vargas Llosa con proverbial versatilidad.
No existe en la literatura moderna alguien más versátil que Vargas Llosa. Ni siquiera John Updike, quien fuera también tremendamente versátil. No me refiero sólo al reconocido dominio de los géneros -cuento, novela, teatro, ensayo- del que hace gala Vargas Llosa (aunque nunca le conocí un poema). Me refiero también a su versatilidad temática. Pues Vargas Llosa no es uninovélico, como tantos grandes escritores, sino polinovélico.
Ha habido grandes escritores uninovélicos, es decir, los que solo han escrito una gran novela sin que ninguna de las que escribieron después haya alcanzado su altura. Grandes uninovelistas fueron en EE UU,  J.D. Salinger con “El Guardián entre el Centeno” y Norman Mailer con “Los Desnudos y los Muertos”. El primero enfermó. El segundo sufrió toda su vida al nunca poder igualar a su obra maestra. En Alemania tenemos un caso patético: Günter Gras. El pobre ha escrito y escrito. Pero cuando se nombra a Gras sólo nos acordamos de “El Tambor de Hojalata”. Lo demás, para el olvido.
En América Latina hay muchos uninovelistas. Arguedas es “Los Ríos Profundos”. Cortazar, quizás porque murió joven, es “Rayuela”. Juan Rulfo es “Pedro Páramo”. Y García Márquez, el último de los grandes escritores agrarios, siempre será recordado por sus “Cien años de Soledad” y no por otras excelentes novelas que rodean a su obra reina. Y no por último, Roberto Bolaño, quien estaba destinado a ser el más grande de todos (quizás ya lo es) al irse tan pronto será recordado solo como un gran bi-novelista. Vargas Llosa en cambio, en su ya extensa e intensa vida, ha sido siempre polinovélico. Pero, además, ha sido politemático.
Vargas Llosa puede abordar los temas más diversos, no está fijado a condiciones de tiempo y lugar, y por si fuera poco junta a tanta virtud una capacidad de investigación, estudio y trabajo que en novelas como "El Hablador", “El Paraíso en la otra esquina”  y el "Sueño del Celta" ha llegado a opacar a la misma trama literaria. Y hoy, algo menos joven, nos obsequia otro de sus excelentes divertimentos que es, o así parece ser, un homenaje del escritor a sus personajes más queridos.
“El Héroe Discreto” podría haber sido uno de los mejores divertimentos de Vargas Llosa; quizás el mejor. Los cambios de escena y tiempo en un mismo contexto son magistrales. Ni Faulkner lo hacía tan bien. La imitación del lenguaje de los diálogos telenovelísticos es casi perfecta. Los paisajes de la Piura modernizada quedan grabados en la mente. Los dos viejos calentones son una invitación a seguir viviendo. El sagaz capitán Silva y su obsesión por los culos grandes de mujeres gordas, hace reír con ganas. Y Lituma, siempre sensible, querendón y compasivo. Por eso y mucho más es inevitable preguntarse: ¿Qué habrá pasado por la cabeza de Vargas Llosa al introducir en su divertimento esa insípida historia de Fonchito y su aparecido Edilberto Torres, una historia no solo mal escrita sino, lo que es peor, aburrida? Sí, definitivamente aburrida. 
Decía el ex papa de la literatura alemana, Marcel Reich- Ranicki: A un escritor se le puede perdonar todo, menos que aburra. Y bien, la historia de Fonchito no solo aburre: Hace recordar pasajes de la peor novela de Vargas Llosa. Me refiero a “Los Cuadernos de Don Rigoberto”, novela sin la cual Vargas Llosa sería todavía más grande de lo que es. Del mismo modo, sin Fonchito, “El Héroe Discreto” habría sido un relato excelente. Con Fonchito es apenas discreto. De este modo Vargas Llosa nos ha demostrado que no solo sabe escribir bien. Además, demuestra que, aunque muy de vez en cuando, también sabe escribir mal. Y quizás es bueno que así sea. Gracias a esa cualidad lo vemos más humano. Después de todo, es su derecho de gran escritor.
Como hizo decir Billy Wilder a Jack Lemmon (“Some like it hot”): Nobody is perfect. Vargas Llosa podría haber agregado en el divertido lenguaje de Piura: ¡Che guá!