La política es un espacio de confrontaciones múltiples en el cual se desenvuelven los antagonismos destinados a dirimir la lucha por el poder, lucha que no tiene final. Y porque la política es lucha, aparecen cada cierto tiempo en ella personas o grupos que, como en el fútbol, realizan verdaderas jugadas maestras las que se muestran "bajo la luz de lo público" (Arendt) de modo retórico y gramático.
La política no es
un arte pero contiene dos artes. Uno es el de separar; el otro es el de unir. Para poner un ejemplo, la frase coreada por el pueblo alemán de
la ex RDA -"Nosotros somos el pueblo"- estaba destinada a separar el
pueblo de sus dictadores. La
frase de Willy Brandt, después de la caída del
muro -"crece junto lo que pertenece al mismo tronco”- perseguía el propósito de unir
políticamente a dos naciones que histórica y culturalmente eran una sola.
En la vida políticamente
bien regulada, el arte de unir y el de separar son practicados de modo preferencial en esos momentos culminantes que son las elecciones. En cada elección,
sea presidencial, parlamentaria o comunal, el pueblo se parte (se separa) y se une. De ahí que mientras menos sea la
cantidad de las partes mayor suele ser la intensidad de la lucha política.
Si no hubiera elecciones
sólo habría revoluciones. Eso quiere decir que en las democracias las
elecciones sustituyen a las revoluciones. Pero para que las sustituyan deben
integrar en sí muchos elementos propios a las revoluciones. En efecto, a través
de las elecciones, cambiamos políticos e incluso derribamos gobiernos. Y para
lograrlo, nos separamos y nos unimos entre nos-otros en contra de los otros.
Las elecciones son, luego,
medios destinados a canalizar la protesta pública de un modo no violento. La
campaña electoral a su vez, es el medio mediante el cual los candidatos
intentan canalizar a su favor las protesta pública en contra de quienes en el
poder intentan desactivarla. Esa es la razón por la cual desde la oposición la
política es más ofensiva que defensiva y desde el gobierno más defensiva que
ofensiva.
Hay por supuesto momentos
en que a determinados gobiernos democráticamente elegidos no interesa demasiado
desactivar, sino solo reprimir las protestas públicas, sobre todo cuando éstas no
representan la voluntad mayoritaria. Tomemos dos ejemplos recientes: el
aplastamiento violento de las protestas en dos países en vías de
democratización como son Egipto y Turquía.
Tanto el presidente egipcio,
Morsi, como el presidente turco, Erdogan, saben que las movilizaciones laicas y
citadinas no representan a la mayoría del país y que con ellas o sin ellas la
gran votación está asegurada en los campos y en las regiones más remotas de
cada nación. Y como las recientes protestas no cuestionan el poder político, ambos
mandatarios, en lugar de dialogo, ofrecieron palos.
Distinto en las recientes
movilizaciones sociales brasileñas frente a las cuales la presidenta Rousseff entendió que estaba a punto de perder parte de su capital electoral. Fue esa la
razón por la cual, a diferencia de sus colegas musulmanes, se mostró
conciliadora y abierta, intentando incluso integrar las protestas a la política
de gobierno. Si lo ha conseguido, es otro tema.
Hay por cierto también ejemplos en los cuales las elecciones transcurren sim trasfondo de
protesta pública. Pienso en Alemania. Allí nadie ha podido encontrar todavía la
gran diferencia entre el programa del candidato socialdemócrata Steinbrück y el
de la canciller Merkel. Bajo esas condiciones las elecciones no pasan de ser
un trámite rutinario. Lo dicho no es -entiéndaseme- ninguna crítica. Después de todo, vivir protestando no
tiene por qué ser una condición antropológica. Hay cosas más importantes en la
vida que la política. Siempre lo he sostenido.
Radicalmente distinto ha
sido el caso de las dos elecciones presidenciales ganadas por Obama en los
EEUU. Obama logró, efectivamente, integrar electoralmente tres protestas muy
profundas frente a las cuales cualquier gobierno republicano habría sucumbido. Primero, la protesta en contra de
las guerras que marcaron la administración Bush, la que amenazaba
revivir los días de las luchas políticas en contra de la guerra en Vietnam. Segundo,
la protesta por la desintegración social en contra de un estado con débiles
competencias sociales (en el campo de la salud, por ejemplo). Tercero, la
protesta étnica de los emigrantes, sobre todo los
"latinos", en contra de la discriminación social y racial.
En cualquier país sin la
solidez de la democracia estadounidense, el entrecruce de esas tres protestas
habría bastado para producir una gran revolución. Por mucho menos los franceses
cambiaron el curso de la historia universal. Convertir las protestas en
elecciones y las elecciones en protestas es, definitivamente, un arte. Y no
quepa duda: un arte –en el buen sentido del término- contra-revolucionario.
Hay, por cierto, protestas que por lo menos durante un tiempo no son posibles de ser canalizadas electoralmente. Es el caso de la de los estudiantes chilenos.quienes, para que nadie creyera
que solo los brasileños salen a las calles, volvieron a llenar las calles de Santiago. En verdad, ya llevan dos
años peleando por objetivos que no son demasiado difíciles de cumplir. Es por eso que Bachelet, siguiendo el ejemplo de su colega Rousseff, intentará integrar a su campaña electoral y después a su eventual gobierno, algunos temas
planteados por las protestas estudiantiles. Probablemente ella y su "nueva
mayoría" lograrán lo que no pudo lograr Piñera. Si no integrar a las
protestas -hay quienes seguirán protestando pues identifican a Bachelet como
miembro de la clase política "neoliberal"- por lo menos dividirlas
entre quienes votarán por Bachelet y quienes no votarán, o lo harán
por algunos de esos candidatos exóticos que en Chile suelen abundar. Reforma
educacional, reforma del sistema impositivo, reforma del sistema bi-nominal,
cambio o reforma simbólica de la Constitución, y basta. La tarea histórica del futuro gobierno, cualquiera que sea, ya está programada gracias entre otros factores, a los estudiantes. Que algunos de
ellos, o sus ideólogos, no persiguen esas pocas reformas sino un cambio en el
sistema solar, es harina de otro costal.
Mucho más complejas y
problemáticas serán las elecciones para alcaldes que tendrán lugar en Venezuela
el 8 de diciembre de 2013. En esas elecciones, al igual que las que ganó Obama,
se cruzarán diversas protestas. Las principales parecen ser las siguientes:
Protesta en contra del alza de precios y la escasez de productos. Protesta en
contra de la corrupción administrativa. Protestas en defensa de las universidades. Protesta en contra de la violación
permanente de libertades democráticas. Protesta en contra del fraude electoral
cometido en las elecciones presidenciales del 14 de Abril de 2013.
¿Cómo conciliar en simples elecciones locales destinadas a elegir alcaldes, protestas de tan diversa
índole, incluyendo aquella que pone en duda la legitimidad de las propias
elecciones? Si la oposición logra unirlas, habrá realizado una obra de
arte: la de transformar las elecciones en subversión nacional, pero sin
que las elecciones dejen de ser elecciones.
Parece entonces que estamos
frente a un hecho histórico inédito. Por primera vez en la vida
latinoamericana, una simple y ordinaria elección alcaldicia, transformada en
plebiscito por ambos bandos, será más decisiva para la historia continental que
muchas elecciones presidenciales que han tenido y tendrán lugar en otros países
de la región.
Dios, si existe, escribe
con letras torcidas. Al menos así parece al ser humano, ejemplar que, como
decía Kant, está hecho de muy torcida madera.