¿Puede un gobierno que se
dice revolucionario robar elecciones con absoluta impunidad?
Aclaremos: No sólo los que
se denominan revolucionarios, muchos otros gobiernos han intentado alterar el
curso de elecciones, falsificar votos, cambiar cifras, desconocer
resultados. Sobre ese tema hay una larga historia.
El ser humano es de por sí
trasgresor, aducía Lacan, y si no fuera por las leyes, la policía, las
religiones y la moral establecida, muchos darían curso libre a sus pasiones
anti-sociales y convertirían la vida colectiva en un infierno. En ese sentido
la diferencia entre un gobierno revolucionario y uno que no lo es, es
otra.
Mientras un gobierno común
y corriente puede robar elecciones obedeciendo al impulso de conservar el
poder, un gobierno revolucionario roba elecciones de acuerdo a lo que un
revolucionario imagina es (o debe ser) un orden superior al que establecen las
leyes y la moral pública. Se trata en este caso de un orden que se encuentra
situado en el más allá terrenal, en la tierra prometida que toda revolución
ofrece, en ese lugar metafísico en donde la utopía revolucionaria se convertirá
en dichosa realidad.
Entonces, la diferencia es
que cuando un gobierno común y corriente roba elecciones, sabe que delinque.
Pero cuando un gobierno revolucionario hace lo mismo, cree no delinquir. Todo
lo contrario: imagina cumplir un deber asignado por la historia: salvar a la
revolución de sus enemigos mortales.
El revolucionario, por
supuesto, no puede robar como ciudadano común, pero si lo hace en nombre de la
revolución, lo hará con la conciencia limpia. Al fin y al cabo un
revolucionario sólo acepta comparecer frente al tribunal de la historia y "la historia me absolverá", dijo
Fidel Castro
Si roba las elecciones en
un país, un gobierno revolucionario delinque sólo frente a una ley que es
propia a un orden de vida inferior al que él aspira. ¿Por qué vamos a desviar
el curso de la historia compañeros? ¿Por unas elecciones fortuitas que
emanan de las leyes de una burguesía a la que despreciamos? ¿Vamos a entregar
el poder a las oligarquías fascistas sólo porque las masas equivocaron
provisoriamente el camino?
No compañeros, nosotros no
somos esclavos de la justicia burguesa y mucho menos de sus mezquinas
convenciones. Si vamos a las elecciones es por razones tácticas. Nuestra
estrategia en cambio, lleva al socialismo, el futuro de la humanidad. ¿Vamos
acaso a poner en juego nuestra estrategia por la mala aplicación de una táctica
burguesa en un momento determinado? No compañeros, el futuro es nuestro. Es por
eso que, como dijo una vez Fidel Castro, en la ciudad de Concepción, Chile:
"cuando la revolución toma el poder, ese poder no se entrega jamás".
Lo que a un ser humano
común y corriente no le está permitido, le está permitido a un revolucionario,
piensa un revolucionario. Pues el revolucionario pertenece a la escala más alta
del desarrollo de la humanidad, así al menos lo dijo Che Guevara. Eso significa
que a un revolucionario no sólo le está permitido robar, también le está
permitido matar en nombre de la revolución. El mismo Che Guevara lo escribió
así, y con toda su crudeza:
"Hay que llevar la
guerra hasta donde el enemigo la lleve; a su casa, a sus lugares de diversión,
hacerla total (.....) Eso significa una guerra larga; y lo repetimos una vez
más, una guerra cruel".
Y bien, si a un
revolucionario -según el icono de la revolución- le está permitido asesinar a
sus enemigos en sus casas y en sus lugares de diversión, robar una elección no
pasaría de ser un accidente, un pecado venial en medio de la guerra total que
libra cada revolucionario en contra del "enemigo de clase".
Por cierto, no me refiero a
quienes hemos participado en una u otra revolución, con resultados negativos o
positivos. El torbellino de la historia, según Walter Benjamin, puede
arrastrarnos hacia riberas ignotas. No. Me refiero a quienes han hecho de su
condición revolucionaria una profesión de fe, una suerte de segunda naturaleza,
un modo- de -ser -en -el mundo. Me refiero, en fin, a aquellos que han delegado
su Yo a un Sobre-Yo (categoría freudiana) y en este caso, a un Sobre-Yo
ideológico que los controla y domina en todas las circunstancias de la
vida.
No hay revolucionario sin
ideología revolucionaria y no hay ideología revolucionaria sin el sometimiento
del Yo racional de cada uno a las determinaciones que provienen de una moral
imaginariamente superior integrada en el aparato de un Sobre-Yo ideológico. Ese
Sobre-Yo succiona y aprisiona a las capacidades racionales del Yo, que son,
entre otras, las del pensar.
Ahora bien, el problema más
grave ocurre no tanto cuando el Yo es sometido a un hipertrofiado Sobre-Yo
(situación que bien podría llevar y ha llevado a la santidad) sino cuando
tiene lugar esa alianza
maligna entre las
pulsiones afectivas, agresivas y pasionales que cada uno porta consigo (el
“Ello” de Freud), con el Sobre-Yo moral e ideológico. En este caso se produce la fusión entre el deseo de delinquir (agredir, transgredir) y
los "ideales superiores" o, lo que es lo mismo, el deseo de delinquir
adquiere -como en James Bond- licencia ideológica o moral. Producida esta
situación es difícil distinguir entre un revolucionario que se convierte en
criminal de un criminal que se convierte en revolucionario.
Dicho a modo de ejemplo: un
asesino en serie puede llegar a ser un héroe en una guerra ya que no sólo se
dará el gusto de matar por matar, sino, además, matará en nombre de la patria.
Así se explica por qué los criminales más grandes se sienten redimidos cuando
actúan en nombre de una “razón superior”.
Aún permanecen en el
recuerdo, entre otras aberraciones de la historia reciente, imágenes de tropas
serbias que usando el falo como arma de guerra, realizaban violaciones en masa
en la región del Kosovo, llevando a cabo "limpiezas étnicas" en
nombre de la revolución de Milosevic. Sin embargo, ¿no eran esos degenerados,
herederos directos del sadismo de Robespierre quien hacía cubrir las calles de
París con las cabezas sangrantes de sus enemigos? ¿De los millones de
asesinados por “razones superiores” bajo Stalin, Mao, Pol-Pot y otros santones
de la hagiografía socialista mundial?
Efectivamente, si en nombre
de la revolución han sido cometidos crímenes innombrables, robar elecciones,
reitero, resulta casi una banalidad, algo que se entiende de por sí. Lo anormal
sería entonces que un gobierno que se dice revolucionario no robara
(falsificara, adulterara) las elecciones en caso de perderlas.
Por supuesto, el lector
adivina que estoy escribiendo a propósito de la posibilidad cada vez más
evidente de que en Venezuela el gobierno de Nicolás Maduro ha cometido después
de las elecciones presidenciales del 14 de Abril de 2013, uno de los desfalcos electorales más impresionantes de nuestro tiempo.
Indicios hay más que
demasiados, sólo falta "por ahora", la prueba final.
La sospecha resulta más
grande si se tiene en cuenta, además, las condiciones subjetivas
que habrían eventualmente llevado a los jefes chavistas a robar las
elecciones. Esas condiciones estaban determinadas antes que nada por la
designación profética de la presidencia de Nicolás Maduro de acuerdo al
testamento político del presidente muerto.
¿No habría significado el
reconocimiento de la debacle electoral una negación a la infabilidad de “nuestro
Comandante”, el Mesías? ¿No habría sido faltar a la honra del amado
caudillo, ser desalojados del poder inmediatamente después de su muerte? ¿Cómo
continuar la mitología de quien según el imaginario chavista había entregado
hasta la última gota de su vida por la revolución socialista, con una derrota
electoral que mancillaría para siempre su memoria? No, los jefes del chavismo
no podían permitirse una derrota electoral. Luego, si
ella no podía ser evitada durante las elecciones, debía serlo, al menos,
después de ellas.
Desde el punto de vista
penal robar elecciones al pueblo es un crimen horrendo. Desde el punto de vista
moral es un signo de absoluta corrupción. Desde el punto de vista religioso es
un hecho demoníaco. Desde el punto de vista psicoanalítico es el reflejo de una
desviación patológica del más alto grado. Desde el punto de vista clínico es
una locura desatada. Sólo desde el punto de vista revolucionario, y en el caso
venezolano, necro-revolucionario, el robo de una elección aparecería como un
acto legítimo y permisible.
Contra ese tipo de
perversión múltiple deberá lidiar el pueblo de Henrique Capriles
Radonski. Quizás esa es la razón por la cual Henrique dijo: "nuestra
lucha es espiritual".