El chavismo nunca ha sido democrático. Cierto es que
participa en una estructura institucional, pero controlada cien por ciento,
comenzando con los tres poderes clásicos; agregando los militares, policiales,
comunicacionales y electorales. Cierto es que participa en el marco de un orden
constitucional, pero hecho a su medida, sin trepidar en violarlo cuando lo
considera necesario. Y pese a que el chavismo sólo obtiene apoyo en menos de la mitad de la población en condiciones de votar, actúa como si todos los venezolanos fueran chavistas de nacimiento.
Basta recordar que el mismo Chávez dejó estipulado en un
discurso: “quien no es chavista no es venezolano”
La oposición -casi la mitad de la población votante- no
cuenta para nada. No hay dialogo, no hay consultas, no hay respeto, sólo
insultos, amenazas, incluso represión. Por supuesto hay elecciones, pero
sometidas a los dispositivos de una maquinaria construida por Chávez, una en la
cual se incluye la compra de votos, la formación de clientelas, y no por
último, la prédica de miedo y odio. Así, cada candidato no chavista ha debido
enfrentar no sólo a un contrincante oficialista sino, además, a toda la
maquinaria del Estado. De ahí no puede extrañar que nuevamente, esta vez bajo
el gobierno provisional o interino de Nicolás Maduro, el chavismo haya violado
una vez más la Constitución prolongando el mandato presidencial sin presencia
ni juramentación del presidente electo.
Quizás hay en el chavismo militantes con desviaciones
democráticas. Pero sus dos alas principales -la cabellista y la madurista- sólo
obedecen leyes cuando les conviene. Ambas fracciones tienen una
relación instrumental con la democracia. Ambas suponen también que hay una
razón superior que se encuentra antes, sobre y después de la Constitución. Esa
razón superior es “la revolución”.
Desde el punto de vista militar-cabellista se trata de
algo obvio. Los chavistas no deben seguir leyes, sólo ordenes. Las razones de
la fracción madurista-castrista en cambio, son ideológicas.
De acuerdo a ese marxismo simplón importado desde La
Habana, la democracia es para el madurismo una invención burguesa, hecha por y
para la burguesía. Si hay que aceptarla, es por razones tácticas. Pero en el
fondo se trata de una cuestión de formas. “Un simple formalismo” calificó
Maduro a esa ceremonia que en los países democráticos es casi sacramental: la
transmisión de mando jurada frente al libro constitucional.
Sería entonces pérdida de tiempo analizar los
malabarismos leguleyos que otorgan forma pseudolegal a la prolongación del 10.01.2013. Tampoco tiene sentido, a estas alturas, detenerse
en los enjundiosos análisis de los mejores juristas venezolanos, todos
contrarios al burdo procedimiento oficialista. La razón es obvia: las
decisiones del chavismo son ejecutadas según simples relaciones de poder y no
de acuerdo a textos legales. Por lo demás todo el mundo lo sabe: poner a la
Constitución venezolana al cuidado del Tribunal Superior de Justicia es como exigir a un perro
que cuide las salchichas.
Pues bien; las relaciones de poder a nivel local –dos
triunfos electorales consecutivos- y a nivel internacional -apoyo de gobiernos
ávidos de petróleo- son en el momento del juramento constitucional ampliamente
favorables al chavismo. ¿Y la Constitución? Muy simple: “se la meten por el
paltó” (Chávez dixit).
Sin embargo, visto el tema desde una perspectiva política
más que jurídica, el acto de no-juramentación tiene una importancia
trascendental para el futuro de Venezuela pues a partir de ese día el estado
chavista cambia su carácter político.
El estado chavista no estará representado –es el hecho
decisivo- por un gobierno unipersonal, sino por un gobierno objetivamente
bicéfalo. Eso significa a su vez que, aunque Maduro aparezca ejerciendo las
funciones de presidente interino o provisional hasta que Chávez regrese, muera
o resucite (en Venezuela todo es posible) el estado venezolano ya tiene dos
mandatarios de facto: Cabello, como jefe del aparato militar y Maduro, como
jefe del aparato político. Dos cabezas diferentes, pero miembros del mismo
cuerpo: el Estado chavista.
La renuncia explícita e inconstitucional de Cabello a
asumir la presidencia provisional que
de acuerdo a la Constitución le correspondía ejercer, sólo puede ser entendida
en el marco de esa nueva repartición del poder.
Fue la diferencia entre esas dos cabezas la que hizo
suponer a diversos analistas que en el chavismo tendría lugar una guerra
fratricida. Hecho preocupante pues cada vez hay más venezolanos, chavistas y
antichavistas, que dan por verdadera cualquier cosa que se les ocurre, signo del
clima de paranoia colectiva creada por el chavismo en 14 años. Pero con ello
confundieron dos conceptos: el de diferencia y el de antagonismo. Cabello y
Maduro son, efectivamente, diferentes, pero no son antagónicos. No pueden
serlo, no sólo porque son dos cabezas de un mismo cuerpo, sino porque cada
cabeza tiene, además, lo que no tiene la otra.
Mientras Cabello tiene la legitimación de la fuerza,
Maduro –gracias al testamento de Chávez- tiene la fuerza de la legitimación. Puede incluso que
ambas cabezas se odien, pero ninguna puede vivir sin la otra.
Desde el punto de vista politológico el fenómeno no deja
de ser fascinante. Por primera vez en la historia latinoamericana ha surgido
un gobierno auténticamente bicéfalo.
Ha habido casos de división de trabajo entre personajes
gubernamentales, pero eso no lleva de por sí a la bicefalia política. La
división más clásica fue la que se dio entre Perón y Eva. Mientras Eva se hacía
cargo de la parte plebeya, Perón actuaba en la parte ejecutiva y administrativa. Sin embargo Perón podía
prescindir de Eva, aunque Eva, de Perón, no. Lo mismo ocurrió cuando Cristina
era Kirchner y no Fernández. Ambos, Cristina y Néstor eran partes de la misma
unidad, se entendían y complementaban, quizás mejor que Eva y Perón. Pero ambos
eran parte de un mismo poder. Algo parecido ocurre en la Bolivia de hoy.
Mientras el vice García Linera se hace cargo del aparato ideológico, Evo
Morales representa el poder presidencial. Mas, también se trata de una relación
de simple cooperación. El líder indiscutido es Evo. No ocurre lo mismo en
Venezuela donde –de modo radicalmente anti-constitucional- ha cristalizado
un relación de doble poder al interior del propio estado.
Quizás el caso más similar al venezolano fue la
repartición del poder que tuvo lugar en Cuba hasta el día en que Fidel enfermó.
Fidel, como se sabe, era el representante político, mientras Raúl el encargado
de los aparatos represivos. Es por eso que cuando Fidel se encontró físicamente
inhabilitado, la sucesión ocurrió como resultado de un proceso casi natural.
¿Será esa la razón por la cual, después que subscribieron el “Pacto de la Habana”
Cabello y Maduro han comenzado a llamarse “hermanos” entre sí? Mas, el ejemplo cojea. Por una parte, Cabello no es
(por ahora) Raúl, y Maduro nunca será Fidel. Por otra parte, ni biológica y
mucho menos, políticamente, son hermanos. Todo lo contrario: son rivales
asociados.
Lo concreto es que en La Habana tuvieron lugar dos
operaciones quirúrgicas de importancia trascendental para los destinos de
Venezuela. La primera ocurrió en el cuerpo enfermo del presidente Chávez.
La segunda, mucho más complicada, consistió en convertir un gobierno acéfalo
en uno bicéfalo. El resultado de la bicefalia fue el siguiente: El gobierno
para Maduro, las armas para Cabello. Por cierto, una monstruosidad. Pero eso es
lo que menos importa a los jerarcas cubanos. Lo importante es que la bicefalia
funcione.
Sea porque el pacto de La Habana se realizó para detener
las ambiciones de Cabello; sea para suturar las divisiones internas del
chavismo; sea para posibilitar que Chávez siga gobernando de modo religioso o
simbólico; sea para dar más tiempo a Maduro para promocionar su herencia
electoral, lo cierto es que el Pacto de La Habana ha dañado más a Nicolás
Maduro que a Diosdado Cabello.
Desde el punto de vista jurídico, Maduro se ha convertido
en un sucesor inconstitucional, lo que para el chavismo, reiteramos, no es un
gran problema. Pero sí lo es desde el punto de vista político. Pues el pacto de
sucesión no sólo tuvo lugar en un país extranjero, sino, además, bajo los
auspicios de la única dictadura de América Latina.
De este modo, cuando Maduro sea candidato (suponiendo que
alguna vez lo será), arrastrará consigo el peso de tres estigmas. El de la Constitución violada, el de haber puesto en juego el principio de la soberanía
nacional, y el de ser representante de una bicefalia política. Porque para
nadie será un misterio en Venezuela: quien vote por Maduro votará también
por Cabello.
En cualquier caso las elecciones presidenciales
venezolanas no han perdido su carácter mitológico. Si en las elecciones de 2012
el candidato de la oposición tuvo que asumir el mito de David luchando contra
Goliath, en las próximas (sabe Dios cuando serán) el candidato de la oposición
deberá asumir el mito de Hércules luchando contra la hidra de Lerna: el
monstruo de dos cabezas.