Otra vez con monótona maldad volaron misiles de
lado a lado; el Gaza es un río de sangre; los daños colaterales son
superiores a los militares. Otra vez las opiniones se dividen. Otra vez, quizás
con una coma más, los especialistas publicarán lo mismo que durante la
penúltima guerra. Otra vez el Hamás, cuyos cohetes apuntan militarmente hacia
el sur de Israel pero políticamente en contra de Al Fatah, volverá a ganar
elecciones en Palestina. Otra vez la derecha política vencerá en Israel. Otra
vez la misma historia se repetirá en un par de años, quizás de modo más
intenso y cruel todavía. Y otra vez deberé suspender por un tiempo mis
contactos con amigos musulmanes y judíos pues discutir con ellos, bajo estas
condiciones, es imposible
Sin embargo, si bien los acontecimientos parecen
repetirse, ellos están ocurriendo sobre un escenario que ya no es el mismo de
siempre: Es el emergido como consecuencia de las rebeliones antidictatoriales
que tuvieron lugar durante 2011 de las cuales la insurrección siria parece ser
su último capítulo.
Concuerdo entonces con la opinión de una editorial del diario
El País (17. Nov.2012) en donde se afirma que el momento del inicio de la guerra en Gaza no
pudo ser peor elegido.
Efectivamente, cuando Israel decidió responder
masivamente a las provocaciones del Hamás, el desordenado reordenamiento (valga
la paradoja) del espacio árabe había alcanzado insospechados resultados: Las
líneas divisorias estaban más definidas que nunca en torno al tema sirio.
Por una parte, la Liga Árabe formada por gobiernos que en
su mayoría siguen al sector más moderado del Islam, condenaba por unanimidad a
la tiranía de Assad. Por otra, la oposición siria había alcanzado su máximo
grado de unidad, obteniendo incluso el reconocimiento oficial de Merkel,
Hollande, Cameron y Obama.
Israel ya había actuado unilateralmente al responder a
proyectiles provenientes desde territorio sirio (12 de Noviembre) lo que
evidentemente pareció favorecer las posiciones de Assad quien aprovechó la
oportunidad -como una vez hizo Saddam Hussein en Irak– de jugar la carta
anti-israelí a fin de aglutinar al mundo islámico en su torno. Lo asombroso fue
que esta vez, a diferencia de lo ocurrido con Hussein, Assad no obtuvo acogida
en lo gobiernos árabes: Sus llamados cayeron en el vacío.
La línea demarcatoria ya la había puesto ese gobernante
que comienza a perfilarse como líder del mundo árabe, el egipcio Mohamed Morsi,
quien en la conferencia de los “no alineados” en Teherán (fines de Agosto)
acusó a Irán de apoyar en Siria a una de las más criminales dictaduras del
planeta. De este modo, a la hora de la intervención israelí, el conflicto
estaba centrado en dos ejes islámicos los cuales trascienden a la propia zona
árabe.
A un lado el eje Siria-Irán apoyado
indiscretamente por la Rusia de Putin. Al otro, un eje formado por Egipto como
conductor político, Arabia Saudita como potencia económica y Turquía con ese
poder militar del que dispone como socio de la NATO. Naturalmente, a mediano
plazo el primer eje tiene todas las de perder, más si se tiene en cuenta que el
segundo recibe apoyo de la UE y de los EE UU.
De más está decir que una victoria del segundo eje, en
tanto aislaría a Irán, debería contar con el beneplácito de Israel. Por eso es
muy sorprendente que el gobierno de ese país hubiera decidido descentralizar el
conflicto con Siria para re-centrarlo en el clásico esquema Israel-Palestina.
Al parecer –no cabe otra respuesta- en Israel la lógica militar reina por sobre
la política. Las divisiones inter-islámicas no juegan en las decisiones
militares ningún papel. Quizás prima en algunos círculos la opinión difundida
en países occidentales de que, más allá de cualquiera divergencia, los
gobiernos “islamistas” son una tropa de incapacitados políticos, proclives a la
guerra y al terrorismo, quienes sólo pueden entender el lenguaje de la
violencia.
Naturalmente los gobiernos árabes han solidarizado con
Palestina (¿cabía esperar lo contrario?) pero –hecho sorpresivo- no con el
Hamás, por lo menos no de modo explícito. Esa es la razón por la cual Merkel y
Obama pidieron a Morsi que intercediera frente al Hamás. Eso no quiere decir, y
ambos mandatarios lo saben muy bien, que el presidente egipcio sea un mediador.
Mohamed Morsi de acuerdo a su cultura y a su religión no
oculta simpatías por Palestina, y quizás es bueno que así sea. Tampoco es un
aliado ni estratégico ni táctico de Occidente. Pero –y la sutil diferencia es
importante – sí es un muy válido interlocutor político-. Esa es, por
ejemplo, la diferencia entre Morsi y su antecesor Mubarak quien era aliado de
Occidente pero por eso mismo no podía ser un interlocutor político para nadie.
Ese hecho objetivo, además de sus notables cualidades políticas, son las
razones por las cuales Morsi se está convirtiendo -si no en un Nasser islámico
como adujo un ingenioso comentarista- en un líder indiscutido de la región.
La comunicación
de Morsi con las potencias occidentales es óptima. La sintonía con
Erdogan en Turquía es perfecta. Tanto en Túnez como en Libia, tanto entre los
difíciles jeques saudíes como en la resistencia siria, tanto en Jordania como
en Líbano, su voz es escuchada con admiración y respeto.
Alguna vez deberá terminar esa guerra sin
vencedores que es la de Gaza. Eso lo sabe Morsi. También lo sabe Obama. Y como
los dos lo saben, actuaron juntos. Obama conversó con Benjamín Netanjahu. Morsi
hizo lo mismo con Jaled
Mashaale, líder del Hamás. El cese del fuego declarado el
20 de Noviembre fue un breve triunfo de la política por sobre la guerra.
No deja de ser interesante mencionar que en medio de la guerra Obama viajó a Birmania. ¿Intentó
escapar del conflicto en Gaza? En ningún caso. Si uno observa con cierta
detención la estadía de Obama en Birmania permite notar que ella está cargada de
símbolos.
Desde un punto de vista comercial, Obama viajó a un país
del sudeste asiático considerado como reservado natural de la economía china
(¿Respuesta a la agresiva política económica de China en Europa y en América
Latina?) Pero desde un punto de vista político viajó a un país que, pese a no
ser todavía democrático, ha hecho muchos avances en materia de derechos
humanos. Luego, el suyo es también un mensaje a los gobiernos árabes
–incluyendo al que regirá en Siria en el futuro próximo- uno que dice más o
menos así: “Podéis contar con nuestro apoyo siempre y cuando no intentéis
erigir nuevas dictaduras” Mensaje que deben haber entendido muy bien los
musulmanes esclarecidos pues en Birmania miles de musulmanes han sido objeto de
persecuciones llevadas a cabo por budistas
¿Detalles sin importancia? Quien sabe. Pero el dicho
alemán que reza: “el diablo se esconde en detalles” ha probado ser válido en no
pocas ocasiones. De tal modo que ese abrazo y beso que intercambiaron la admirable
disidente Aung San Suu Kyl y el presidente Obama puede que no sea un detalle
sin importancia. En todo caso es difícil imaginar a Aung abrazando a Bush; o a
Romney.
Esos detalles son al fin los que llevan a los grandes
acontecimientos de la historia, o lo que es lo mismo: cada gran acontecimiento
está precedido por múltiples detalles.