“Pasiones
e Intereses” es el título de un breve, antiguo, pero todavía relevante libro de
Albert O. Hirschman. La tesis central dice que la economía moderna surgió de la
conversión de las pasiones en intereses, aunque las primeras no desaparecieron.
Por el contrario, suelen reaparecer escondidas detrás de los propios intereses.
Pasiones e intereses son, a la vez, dos dimensiones de la vida política. Razón
que explica por qué en periodos electorales los candidatos apelan a ambos
recursos, al racional y al pasional. De este modo, al menos en esos periodos,
la política es siempre populista.
Quienes
acentúan los intereses parten del supuesto de que el humano es casi por
naturaleza una criatura lógica y racional. Quienes, en cambio, apelan a las
pasiones, suponen que el comportamiento político obedece el mandato de
pulsiones instintivas. Pero como el humano es cuerpo y alma a la vez, quienes
logran imponerse en la arena electoral suelen ser los que conectan con ambos
recursos, o para decirlo de modo más sencillo, quienes logran articular los
llamados que vienen del estómago con los del corazón y la mente. Ahora, pocas
veces en la historia, el conflicto entre pasiones e intereses ha tomado formas
tan nítidas como en la Venezuela electoral de nuestros días. Esa es sin duda
una de las razones por las cuales el seguimiento del acontecer venezolano
resulta tan atractivo para quienes nos ocupamos con el estudio de los llamados
procesos políticos
Si
por ejemplo uno analiza el discurso de Henrique Capriles, ha de concluir en que
es muy racional. Capriles, fiel a un estilo que le ha permitido ganar varias
elecciones, apela a los intereses sociales y materiales de la gente y con
precisión logra mostrar como el gobierno dilapida recursos que pertenecen a
todos en función de su perpetuación en el poder. Por otro lado, el chavismo,
aún sin Chávez, ha logrado montar un escenario teatral, uno en donde la vida
misma del mandatario es utilizada como objeto pasional destinado a infundir compasión
y lástima. Hasta el momento ese escenario parece rendir buenos dividendos.
Ya
con un Chávez activo el discurso dominante era más emocional que racional.
Chávez apeló a mitos, desató histerias, y sembró miedos. Nunca vaciló en
mentir, inventando amenazas de invasiones, complots, magnicidios e
intentos golpistas que nunca existieron. Ejemplo que aún sin Chávez es
continuado por sus seguidores, lo que era de esperar. Sin embargo, el chavismo
ha integrado esta vez un ritual inédito a su ya complicada mitología: la
necrofilia política.
El
culto a los muertos –muy arraigado en algunas zonas latinoamericanas- fue
siempre una característica del chavismo, hasta el punto que los propios restos
de Bolívar han sido manoseados para obtener ventajas electorales. Pero aún en
ese punto Chávez no fue muy original. Ese mismo culto ya había sido practicado,
y en el mismo estilo, por el dictador Juan Vicente Gómez. Lo nuevo, lo
radicalmente nuevo es que el propio cuerpo de Chávez está siendo utilizado,
antes de que él muera, como objeto sagrado. Es decir, en Venezuela está
ocurriendo una herejía monstruosa: Un presidente está siendo canonizado en
vida.
En
el Egipto antiguo los cuerpos de los faraones eran embalsamados, simulacro o
parodia de la supuesta eternidad del poder dinástico. El cuerpo embalsamado de
Lenin fue también objeto de culto pagano destinado a instrumentalizar de modo
político el profundo sentimiento religioso del pueblo ruso. Durante la mitómana
Argentina de Perón, Evita ocupó el lugar de la María Magdalena, convertida en
santa por el amor de su esposo y del pueblo redentor. Pero nunca, nunca antes
se había dado el caso de un presidente que hubiera transmutado su cuerpo
viviente en objeto de culto mortuorio. Más aún, que ese mismo presidente hubiera
exhibido impúdicamente su agonía, llorando y haciendo llorar a multitudes.
Ante
la imposibilidad de derrotar a la oposición por medios políticos el chavismo
está apelando a medios religiosos. Con ello la política de la anti-política,
marca de fábrica del chavismo, alcanza su clímax. Pues, como es sabido, las
elecciones en países políticos normales son el campo en donde tiene lugar el
debate en su máxima expresión, y quien no crea, observe como Obama y Romney ya
se están dando con todo. Pero en Venezuela, ¿cómo debatir con ese candidato
cuya presencia se caracteriza por su ausencia? El debate es la sal de la
política; sin debate la política es –valga la paradoja- despolitizada. Y eso,
evidentemente, es lo que busca el chavismo con la canonización en vida de
Chávez.
El
chavismo, que originariamente fue un movimiento social, después un partido de
Estado, para terminar cristalizando bajo la forma de una autocracia
militarista, está experimentando otro proceso de mutación: está siendo
convertido en una nueva religión, una que proviniendo desde el interior del
estado utiliza y pervierte los mitos más caros a la cristiandad. Luego, no se
trata -y esa es una diferencia importante- de una fusión “constantina”, es
decir de una alianza entre religión y estado. Lo que hoy se está presenciando
es algo distinto: se trata, nada menos, que de la conversión del estado en
Iglesia.
En
ese escenario Chávez ya no es sólo un simple enfermo de cáncer.
Chávez
es sobre todo un mártir que inmola su cuerpo frente al altar sagrado de la
patria. Y como las elecciones están muy cerca, su cuerpo debe ser canonizado
cuanto antes, vivo o muerto. De este modo Chávez, apelando al inconsciente
religioso de su pueblo, se presenta en tres personas: El vivo, el muerto, y el
resucitado. Es decir, la santísima trinidad puesta al servicio de una casta
político-militar.
¿Cómo
actuar en ese escenario en el cual Capriles debe derrotar a tres candidatos a
la vez?
El
vivo es perfectamente derrotable pues el desgaste ha sido muy grande y la corrupción
se ha apoderado de todas las esferas del poder. El muerto también es derrotable
ya que en el mejor de los casos su sucesor sólo sería una mala fotocopia. El
resucitado es el más derrotable porque, entre otras cosas, es inexistente.
Bajo estas condiciones, el candidato ideal para el chavismo sólo puede ser
alguien que no esté muerto pero tampoco esté totalmente vivo. Y ese es el papel
que está jugando magistralmente Hugo Chávez.
El
desafío para la oposición es grande, pero no imposible. Pues la oposición -a
diferencia del chavismo cuya partitura está compuesta para un solista y un
coro- es un conjunto polifónico en el cual Capriles es sólo una voz cantante.
Hay, además, alrededor de Capriles, otros líderes que dominan diversos
instrumentos, desde los racionales hasta los emotivos. Y no por último, hay
también un actor que no siendo político ha insistido en entrometerse en medio
de la refriega. Ese actor es el destino.
No
obstante, como dijo un personaje de una novela de Carlos Ruíz Zafón, “el
destino no hace visitas a domicilio; hay que salir a buscarlo”.
11
de Mayo de 2012