Encontrar todos los días en el
periódico la noticia del genocidio que perpetra la dictadura siria puede traer
consigo efectos anestésicos. Podemos incluso acostumbrarnos al salvajismo si se
convierte en diaria y medial monotonía. No deja de ser remarcable el hecho de
que hay quienes se conmueven hasta el alma mirando Guernica de Picasso, pero
cuando ven los muertos sirios en la TV, cambian de programa. Al fin y al cabo,
dirán algunos, y con cierta razón, eso no tiene nada que ver con mi familia.
Mi abuelo Salomón Mires (Meheres), cuya religión
era la cristiana ortodoxa, nació en Homs, bastión de la resistencia siria. Su
familia era muy grande. Quizás tengo desconocidos parientes en Homs, y puede
que estén luchando en las ensangrentadas calles de la ciudad. Vaya a saber uno.
Pero en este caso no estoy hablando de un parentesco familiar sino de otro que
es, antes que nada, político.
Hay quienes que, quizás por
experiencia, establecemos una relación de parentesco político con las víctimas
de cada dictadura. Hay otros a los que sólo interesan las de su “equipo”. He
conocido a algunos que se emocionan hasta las lágrimas cuando escuchan de
torturas durante Pinochet, pero si les hablan de las que ocurren durante los
Castro, ni se inmutan. También hay los que se identifican con la maldad humana.
Si se tratara sólo de individuos, no habría ningún problema: sociópatas
ideológicos hay en todas partes. Pero se trata, además, de gobiernos.
En política internacional no
hemos encontrado todavía la denominación para calificar a aquellos gobiernos
que defienden crímenes de dictaduras. Esa fue la deducción que no pocos
establecimos cuando nos enteramos que Rusia y China, en la Conferencia de
Munich (2-4 de Febrero del 2012) negaron una vez más su solidaridad al pueblo
sirio. Fue el ministro de Relaciones Exteriores de Turquía, Ahmer Davatoglu,
quien expuso la lógica de ese resultado: “Rusia y China no votaron pensando en
la realidad del terreno. Votaron en contra de Occidente”.
Después del deprimente
resultado, el diario El País ha llamado a diferentes expertos para que
expliquen la actitud de China y Rusia. Las interpretaciones son diversas: Las
hay desde quienes opinan que a través de la defensa de los pueblos árabes USA
busca acceder al petróleo de Siria e Irán, hasta quienes afirman que Rusia no
quiere sacrificar el lucrativo negocio de la venta de armas. No faltan tampoco
quienes afirman que a China sólo interesan los negocios y no la política.
En cualquier caso los
latinoamericanos sabemos que no estamos frente a ninguna novedad de la
historia. Basta recordar que la China de Mao siempre negó suscribir
resoluciones en contra de Pinochet y la Rusia soviética calificó a los
generales argentinos como “progresistas”. De este modo, tanto la “nomenklatura”
china como la autocracia rusa son consecuentes con el pasado de donde
provienen. Y ese es justamente el punto: las dictaduras son muy solidarias
entre sí, lo que no se puede decir de los gobiernos democráticos.
¿Cómo esperar solidaridad china
con los movimientos sociales del mundo árabe si en el mismo país hay cientos de
intelectuales en prisión, los obreros no tienen derecho a huelga, y los
aparatos de vigilancia se meten hasta en el uso de la internet? ¿Cómo esperar
que la autocracia rusa sea solidaria con movimientos democráticos si quienes
critican la farsa electoral que ella ejecuta son aplastados con violencia?
Tanto los gobernantes de China y
Rusia han extraído lecciones del derrumbe del comunismo. Ellos saben que no fue
el poderío económico y militar de Occidente lo que hizo posible el fin de esa
historia. Fueron los disidentes, después las masivas protestas, las que
enterraron a las nefastas dictaduras comunistas.
Putin sabe quizás que está
montado sobre una maquina de poder que ya no funciona como él quisiera. Puede
ser también que la dictadura china -tan admirada por tecnócratas occidentales-
intuya que es un gigante con pies de barro pues llegará el momento en que el
crecimiento económico sólo podrá ser impulsado a través de la ampliación de las
libertades públicas. Visto así el tema, a nadie debería extrañar que el lema de
Marx “Proletarios del mundo uníos” haya sido tácitamente transformado por el de
“Dictaduras del mundo, uníos”
Las dictaduras del mundo están
muy unidas entre sí. La razón es simple. Mientras en un país democrático el
descontento popular lleva, en el peor de los casos, a un cambio de gobierno,
en los países dictatoriales lleva a un cambio de sistema. De ahí que
apoyar rebeliones como las árabes significa para las clases dominantes de China
o Rusia apoyar reivindicaciones que tarde o temprano se volverán en contra de
ellas mismas.
La negativa de Rusia y China,
acompañada de la siempre cobarde abstención de gobiernos como el de Brasil, ha
tenido, sin embargo, dos efectos históricos positivos.
El primero: los futuros
gobiernos de los países árabes sabrán de ahora en adelante que sus principales
enemigos ya no se encuentran ni en Europa Occidental, ni en los EE UU, ni en
Israel.
El segundo: los gobiernos
democráticos han tomado noticia -gracias a la actitud de China y Rusia- que la
principal contradicción que recorre el mundo es la de dictadura–democracia. Eso
significa que la necesidad de que las democracias del mundo se decidan de una
vez por todas a actuar en bloque, es y será cada vez más imperiosa.
Con ello estoy diciendo que la
lucha iniciada una vez entre Esparta y Atenas no ha terminado todavía. Ella
continúa tanto hacia dentro como hacia afuera de cada nación.
Mires.fernando5@googlemail.com
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